Saturday, August 18, 2007

17.- Live Earth: la utopía de Madonna y Catalina

Dos años después de acabar con el hambre en el mundo con Live 8, el rock encontró la fórmula para terminar con el efecto invernadero. "La música es un lenguaje internacional con el poder de movilizar. Las 24 horas de música de Live Earth en los 7 continentes movilizará a millones de personas en todo el planeta para que tomemos acciones concretas contra el calentamiento de la Tierra", dijo Kevin Wall, productor del más reciente de estos megaeventos en los que superestrellas de rock vuelven a cruzar esa línea tan delgada (y humana) entre la inocencia, la hipocresía y la pelotudez; todos condimentos de este calentamiento global en el que se cocina el mundo.
Pero mientras la depredación de los recursos naturales y la imprevisión de las políticas energéticas hacen temer a Tomás por el inminente apagado de su pentium 4, este alter ego quisiera dejar de verse como un apocalíptico de cotillón. Sabe que el optimismo es fácil: basta con engañarse un poco. Pero ante el avance de evidencias tales como un témpano que va río arriba por el Paraná –único lugar de Rosario donde todavía no hay un edificio en construcción—Tomás se pregunta si podrá.
Básicamente, la pregunta que a Tomás podría encuadrarlo al respecto es: ¿Madonna es o se hace la pelotuda? ¿Qué decir entonces de Catalina Dlugi?

Breve historia de por qué el rock puede cambiar el mundo.

La cultura rock, madre de la cultura joven moderna y posmoderna, instauró en sus comienzos algunos principios que permanecen, casi todos como mitos, en este nuevo siglo. En los 60, la coyuntura política llevaba al todavía joven rock a expresarse por una sociedad planetaria más justa. Lejos de la jipeada en la que después –no casualmente-- se convirtió, el ideal de paz era para los hijos de la guerra fría la bandera más importante para izar. Esta situación no se vivía igual en el hemisferio norte como en el sur, donde todavía se luchaba por cosas que allá estaban fuera de discusión pero acá podían costar la vida.
Eran otros tiempos para los jóvenes: la conciencia global era otra, la palabra utopía todavía se usaba. Y el rock era la banda de sonido de esa intención colectiva, a veces multitudinaria. Así se empezó a cruzar lo masivo y lo colectivo en experiencias como el Concert for Bangladesh de George Harrison a beneficio de niños hambrientos del culo del mundo. El rock era el catalizador, con una función social tan aplaudida como la música entre la denuncia y la solidaridad, entre el activismo y el asistencialismo. Ya en los 80 surgieron los festivales Live Aid fogoneados por Bob Geldof, que entonces eran masivos pero no globales; tal vez por eso no tan pretenciosos como los actuales.
En ese mundo en el que cabía la palabra utopía, ser joven era oponerse a los conservadores, sea papá o the president. El rock todavía era joven y, casi por carácter transitivo, era rebelde. Pero como el de todo niño occidental del siglo XX, su destino era aburguesarse o morir.

Breve historia de por qué el rock no puede cambiar el mundo.

Pero mientras el rock avanzaba por todo el mundo retroalimentado en su dicotómica maquinaria de arte/espectáculo, la conciencia colectiva. Comprometidos con el star system que fomenta la rebeldía de la boca para afuera, los referentes más conocidos del rock se asociaron a su mercantilización. Del otro lado del escenario, los espectadores que comulgaban en causas comunes devinieron en atomizados consumidores, tan agrupados como segmentados en tribus.
Tomás suele encuadrarse detrás del concepto modernoso de que las utopías sólo se conciben como construcciones colectivas. Toda otra idea superadora de determinado statu quo que no sea compartida por al menos un grupejo no es más que una paja, actividad que aún en grupo, no deja de ser individual. ¿Alguien encuentra, hoy por hoy, en el mainstream del rock alguna idea o sentimiento que pueda sostenerse como materia prima para la utopía? ¿Está en los arrebatos histéricos de Bono pidiendo condonar deudas a países pobres? ¿En la guita que junta Geldof para poner huertas en Namibia?
Al margen de la ingenuidad de cada tiempo, pareciera que el rock dejó de ser la banda de sonido de una época de utopías para convertirse en materia prima para el ringtone de la semana.

El esposo de Madame Beep.

Ya se habló en el eslabón sobre estos festivales pseudobenéficos transmitidos en cadena mundial. La innovación, esta vez, es la inclusión de un político de pura cepa a la cabeza: Al Gore. Ignoto hasta para los miles de millones que vieron el otro día su holograma en Live Earth mientras esperaban la reunión de Génesis o el nuevo hit de Fergie, Gore fue vice de Bill Clinton y luego fue el candidato demócrata a la presidencia que más votos sacó en toda la historia yanki (más de 50 millones) pero igual perdió. Otros lo recuerdan por su obsesión para encontrar al “hombre oso-cerdo” en un capítulo de South Park.
Preocupado por el futuro ambiental del planeta, Al viró su carrera política hacia el verde. Con la TV e internet como soporte de su plataforma, produjo una película horrendamente titulada “La Verdad Incómoda” y después surgió Live Earth.
Pero hay un pequeño detalle que muchos críticos se encargaron de recordar y ventilar en estos días respecto de su esposa Tipper, quienes unos 20 años atrás motorizara, apoyada por su esposo entonces senador Al, una campaña de censura sobre las letras de rock que no quería que su hija escuchara. El lobby de Tipper y Al dio como resultado las obleas que en las tapas de los discos “advertían” a los padres sobre el contenido de las letras. También hubo listas negras de canciones, no faltaron pesquisas de mensajes satánicos y, lo peor: canales como la MTV empezaron a clavar “beeps” cada vez que alguien decía una grosería.
Entre los censurados y detractores de esa norma, además de Frank Zappa y Jello Biafra, estaba Madonna, una de las figuras, 20 años después, de esta nueva campaña de Gore.

Promos.

Con estos mentores, Live Earth no podía ser más que un megarrecital políticamente correcto, de esos que no sirven para otra cosa que limpiarse el culo sucio de tanto andar en jets privados. El mundo se va al tacho y las estrellas de rock salen a proponer conciencia, como si alcanzara con apagar el aire acondicionado.
Claro que eso no vendría mal, como tampoco la campaña de MTV durante la transmisión del Live Earth, el Switch Day, con documentales sobre pibes nerds y poco glamorosos, pero realmente comprometidos con el ambiente. En rigor, no se trata de despotricar con el show, que al menos se hizo con material reciclado como Génesis, Roger Waters y los neumáticos sobre los cuales se montó el escenario de Londres. Pero más allá de la importancia de quién dice y qué se dice, viene bien analizar el cómo.
Porque Live Earth no fue más que una nueva versión de esas típicas campañas concientización que, más allá de su “eco-contenido”, en nada se diferencia del método empleado para vender celulares, zapatillas, MacDonalds y “el producto madre” de todos ellos: modo de vida. Los spots, llamados ASP (Anuncios de Servicio Público) fueron producidos por seis agencias de publicidad.
Vamos bien: al final, el destino del planeta está en una caterva de publicistas que operaría sobre la base de este precepto: “Ok guys, you know, apuntemos a la franja de 13 a 28, con spots ágiles y divertidos, no vaya a ser que los pibes se aburran, cambien de canal y el mundo se vaya a la mierda. Es hora de hacer algo”.
Bueno, en la Argentina ni siquiera pasó eso: para los medios nacionales –salvo Página/12, que enfocó en los antecedentes de Al y Tipper Gore— lo más importante fue la aparición de Cerati con Shakira. Y el spot de TN se zarpó: “Los científicos descubrieron que el calentamiento global se puede solucionar… con música”. Alumnos dilectos de Catalina, cholula mayor del espectáculo global.

Utopía verde.

En su arrebato de optimismo, Tomás se niega a pensar que el mundo está superpoblado de pelotudos, más allá de que parezca tan obvio. Es que, a su vez, Tomás se resiste a creer en obviedades cuando todo se ve tan turbio. También cree que, al margen de las “virgonchantes” protectoras de animales, el ambientalismo es un terreno donde encontrar las utopías que parecen estar haciendo falta hoy. Está claro que aquellos que se cagan en la preservación del ambiente son justamente los mismos que se cagan en los más pobres, en los más débiles, en la igualdad.
Pero tampoco se trata de comer vidrio, aunque sea concientemente separado del resto de los residuos. El mundo no puede cambiar sobre la base de una campaña publicitaria. A menos que se pretenda un cambio que deje todo como está.

*Publicado en el eslabon de julio 2007

16.- El rock en la tercera edad: el camino de Paul

A Paul le cayó la ficha: está cada vez más solo en este mundo. Es duro aceptarlo, doloroso. Primero se enfoca en la tristeza de la ausencia, esa presencia que está en otro lado. Y a Paul todo eso le late en una adolescencia que ya no parece tal; basta ver su rostro arrugado de niño en cuerpo de abuelo peleando por ver cuál está más vivo. Pero ya le cayó la ficha a Paul, ya pasó de los sixtie-four.
¿Qué hacer cuando lo que alguna vez fue un lejano futuro quedó atrás y la verdad asoma del otro lado de la colina? La historia del rock, la primera música genuinamente joven de la historia, en todo el mundo, ya empieza a mostrar las canas y miedos que sólo aparecen cuando pasa el tiempo. No se puede ser joven para siempre, sobre todo cuando ya pasaron 45 años, ¿no Paul?
“Cuando tenga 64” fue la premonición de Paul, en 1967, sobre lo que sería 40 años después. Estaba claro entonces que el rock no era para abuelos y, si faltaban pruebas, Jones, Hendrix, Joplin y Morrison marcaban el camino de la gloria eterna. Si hasta los Beatles se retiraron a los 30, veteranos de todo.
Pasaron décadas y hoy puede verse cómo mucho rockeros fueron resignificando sus carreras artísticas mientras entraban en años. Sting probó con el jazz, Peter Gabriel y David Byrne se reciclaron con el tercer mundo, Bowie se hizo clásico en la vanguardia y Dylan intercalaba discos geniales con peleas internas. Muchos levantaron la pata y volvieron cada tanto con más de lo mismo, a veces saludablemente. Y otros se resistieron a envejecer, pero no todos pudieron lograrlo como Iggy Pop. De alguna manera, el paso del tiempo se reveló impredecible para aquellos que a partir de los 60 se convirtieron en íconos de la cultura occidental.
Y si hubo una fórmula exitosa para atravesar los años sin que el bronce perdiera lustre fue –paradoja o no-- la de abandonar el mundo de los mortales. ¿Qué hubiera sido de Lennon a los 50? ¿Quién asegura que la producción de Bob Marley hubiera mantenido su riqueza durante 20 años más? ¿O que Kurt Cobain seguiría siendo noticia por su música?

Resúmenes.

“Working in the factory” (Trabajando en la fábrica) es el primer track de “Think visual”, el disco de The Kinks de 1987. En una sencilla confesión que parece una declaración de principios pero que en realidad es la historia de un pibe que se comió un amague, Ray Davies resume su desencanto con aquello en lo que había convertido su carrera artística. Cuenta que cuando era joven lo único que quería era rajar de la fábrica donde trabajaba y que había podido lograrlo gracias a la música, que lo “liberó” y le dio “esperanza allá por 1963”. Un cuarto de siglo después, para Davies la música “was just another factory”, otra industria (y que omitiera decir que era mucho mejor rentada que la metalúrgica no invalida el desencanto). La conclusión, en el estribillo, fue que toda su vida quiso irse de la fábrica.
En los dos números anteriores de el eslabón (podés releer las notas en http://www.rockalmargen.blogspot.com/) Tomás Dell’Pico reflexionaba sobre la lógica productiva que le fue imprimiendo al arte de una impronta cada vez más mercantilista. Es que a Tomás (ufa) le interesa leer el devenir de la sociedad capitalista a través del rock, esa suerte de punta de lanza –una de tantas-- que mandó occidente para imprimir su pauta cultural imperialista en las últimas décadas. Esto no es leído por Tomás como una demonización del rock –no es más que música-- sino como algo que simplemente sucedió. Expresión humana, ergo contradictoria, el rock nació adolescente como vehículo de mensajes libertarios en varios niveles –social, sexual, político y, por qué no, de mercado— y con el paso del tiempo la vida le fue mostrando otras cosas. Apertura de mente, pero también aburguesamiento. Viejito piola, un día descubrió los placeres del vino y dejó que la birra sólo le esponsoreara las giras tan llenas de emoción como de eufemismos.
En American Idol Tomás leía la tendencia de cuál es la oferta de la industria en estos momentos en que el negocio pasa por tomar consumidores ávidos de ser “famosos” (todo un concepto que se viene resignificando) y darles pantalla aplicándoles el mote de artistas. Entonces la Sony, que empezó haciendo grabadores, después fabricó los discos, también fabricó “artistas” y ahora fabrica “estrellas”. El nuevo producto es ese proceso y, por razones que Tomás insiste en no querer comprender, parece ser evidentemente muy entretenido para la audiencia.

El arte atacado.

Si la pregunta del millón fuera ¿el rock esquivó el zarpazo de la industria?, una de miles respuestas sería: “Sí, pero nadie se entera”. Otra sería “¿por qué tenía que hacerlo?” y otra podría leerse en el entrelineado de eventos políticamente correctos alumbrados por los culos sucios de figuras como Bono y Madonna que ahora dicen que el rock puede salvar al planeta del calentamiento global con Live Earth. Y están convencidos de que es así.
En lo que va de este siglo –¿el último de la cultura occidental?—parece estar instituido que el artista supuestamente necesita, para existir como tal, un correlato comercial que lo sustente. El desarrollo de un artista se mide en estrictamente términos mercantiles, e incluso los productores artísticos no son más que soldados de empresas que ponen plata e ideas sólo para vender más. Y cuando lo logran, todo el mundo acuerda en que son “exitosos” y así quedan en “la historia”: una pared con discos de oro que se regalan a sí mismos.

Muertos (y) vivos.

En este mundo --a juicio de Tomás, muy equivocado…-- le tocó a Paul cumplir 64. En esa transición de cuatro décadas en la que intentó resignificarse como artista mientras cumplía años es probable que sólo haya encontrado una sola respuesta certera a las múltiples preguntas que lo habrán asaltado: sí, detrás de la colina está la muerte, que no duda en llamar a la puerta de tu mansión.
Y con la muerte no se jode, más allá del historial de coqueteos que con ella tiene el rock. Paul se habrá sentido afortunado de no haberse topado con un Mark Chapman, pero tampoco habrá sido fácil sobrevivir en el dudoso pedestal de mito viviente en una cultura necrofílica que adora a los que piran antes de tiempo. O a tiempo. Qué bien que sonaba John en “Free as a bird” mientras Paul hacía el trabajo sucio de vivir, noble y burgués, sacando un disco cada tanto hasta que cumpliera los 64. Alejándose del lugar que el rock le debía a medida que el tiempo pasaba y él seguía improductivamente vivo, más allá de la facturación de sus eventuales giras.

“Memoria casi llena”.

Así se llama el nuevo disco de Sir James Paul McCartney. Inevitablemente, le llegó la hora de mirar hacia atrás, el único lugar donde le queda algo, mientras la muerte lo acecha como un pacman que se devora su presente. Esas supuestas fallas en la memoria que tienen todos los abuelos le devolvió a Paul a la juventud que fue perdiendo mientras el rock también se hacía grande. Algo así puede escucharse de su propia boca en “Memory Almost Full”: la muerte no es algo para temer, es simplemente otra forma de vida, igual que en el póstumo “Brainwashed” de su amigo George. Y otra vez se escucha al mejor Paul, al de siempre, al de 20, 30, 64 y 66, porque la esencia no cambia.
Por las dudas, Tomás recomienda que escuchen ese disco: una sencilla muestra de lo que permanece de la vida de un artista, más allá de los actuales parámetros de éxito que, evidentemente, no sirven a la hora de los bifes. Por algo rompió con las discográficas para venderle el disco a una cadena de cafeterías y asegurarse que 45 millones de yankis escuchen lo que quiere decir mientras le entran a una rosquilla, antes de tomar el metro. Así también colgó un video en YouTube para no quedar en el medio de los mentirosos realities que proponen los canales de videos.
A la par de sus íconos sobrevivientes el rock está entrando en una tercera edad imprevista en sus orígenes, con abuelos capaces de rockear mejor que nunca a pesar de sus propias premoniciones. Puede que haya algo más interesante que el dinero detrás de cada regreso de los Stones, o de la vuelta de Police, Soda y hasta Los Gatos. ¿Será que la industria del rock también decidió mirar para atrás para hacerle frente a la muerte? La seguimos la próxima.

* Publicado en el eslabon de junio de 2007

15.- Simon Says parte II: el chinito que canta la de Ricky Marketing*

En el número anterior de el eslabón Tomás sanateaba sobre American Idol y todos esos realities y demás yerbas globalizadas que consisten en pretender fabricar artistas en serie como si fueran la frutilla del polirrubro en el que devinieron las multinacionales abocadas a la industria del entretenimiento. Y prometió seguir, Tomás, quién sabe con qué, en virtud de los tiempos cruciales que se viven en el planeta Tierra a merced de un cambio climático originado, entre otras cosas, por la misma lógica: esa que algunos llaman “capitalismo salvaje” aunque a esta altura más parece un “salvajismo capitalista”.
No quiere Tomás que lo confundan con un apocalíptico demodé que le tiene miedo al paso del tiempo mientras ve a su hijo adolescente insistir en que “vayan” se escribe “vallan” en virtud de la posmoderna regla ortográfica “e-lo-mismo”, no. Tomás considera que el avance tecnológico es, como la cumbia, algo que puede servir tanto para el bien como para el mal, según la orientación que le dé la intervención humana. Tampoco puede Tomás definir qué es el bien o el mal, pero no por nada vive en un planeta que, merced a un cambio climático originado entre otras cosas en la exacerbación exponencial de la pelotudez como ideología dominante, está hasta –nunca más oportuna la metáfora-- al horno.

El Big Bangs.
William Hung es un estudiante de ingeniería de la prestigiosa Universidad de Berkley que, inspirado en el arte de Ricky Martin desarrolló dudosas cualidades para el canto y la danza. Nacido en Hong Kong, tenía 19 años en 2004 cuando probó suerte en American Idol (ver eslabon de abril 07 o http://www.rockalmargen.blogspot.com/). Tal vez ni siquiera pretendía probar suerte, sino que le pareció interesante ir a cantar a la tele.
Frente al jurado del adorable y demoníaco Simon Cowell, la patética Paula Abdul y el insípido Randy Jackson, Will cantó “She Bangs”, una inexorablemente horrenda canción del boricua (tan fea como “La Vida Loca” o cualquier otra). Y tras 25 segundos de perfomance a capella, Simon pateó, como siempre, la verdad de punta al ángulo: “You can’t sing, you can’t dance, ¿qué me podés decir?”, tiró a matar el creador de Il Divo.
Tal vez bastante sordo, pero no cagón, Hung retrucó en su gangoso inglés: “I’ve do my best, I have no professional training”. “Ajá, ¿en serio? mirá vo, es la sorpresa of the century”, dijo Simon. Pasó el que seguía, y esa noche Cowell se fue a dormir, como siempre, victorioso.
Pero al día siguiente William Hung era una estrella.
Claro, los amigos del freaky chinese salieron a bancarlo por Internet, le hicieron un sitio web, después otro y pronto, como si no hubiera otra cosa para hacer en este mundo, llegaría la grabación de disco con She Bangs. Como no podría ser de otra manera, William tiene fans que se ríen al escucharlo. Vende toneladas de merchandising y hasta terminó yendo al programa ¿periodístico? de Larry King. Obvio, mientras no paraban de facturar, los amigos de Will lo promocionaban como “la leyenda del canto y de la danza” y el pibe empezó a aparecer en todos lados cantando a capella como un mono que aprendió a hablar, pero que todavía no canta. Pero es divertido y persistente. Y vende, dicen que 500 mil discos. En la Argentina Hung ya estaría en el top de la TV como columnista descartable de Intrusos.

Los medios.
El lugar de William Hung en la Historia Universal del Carajo comenzó a forjarse miles de años atrás. A un chabónUn antecesor de Will, tal vez adelantándose a la inclinación de “la leyenda del canto” de Berkley por la ingeniería, se le ocurrió hacer una rueda que lo ayudara a llegar hasta la casa de su tía allende las montañas antes de que se pusiera el sol y la fría noche del desierto se lo morfara. La rueda, ¿como ahora Internet?, le permitía recorrer más kilómetros en menos tiempo y con menos esfuerzo, lo cual venía siendo necesario a medida que el mundo parecía agrandarse.
Esa pobre e inocente rueda fue concebida como una forma de ampliar artificialmente las posibilidades del cuerpo humano. Artificialmente porque son artificios (también llamado artefactos) los que permiten que el cuerpo humano pueda llevar 500 kilos de algo; en este caso, un carrito con ruedas y tracción.
Después vino lo que todos sabemos. Algunos lograron dotar a la rueda de tracción a motor mientras que otros siguieron con la tracción a sangre. La evolución, por cierto dispar, de la rueda fue conocida con el --a esta altura dudoso—nombre de “desarrollo”.

Resumida historia del desarrollo.
Siglos después de la rueda, el hombre ya había aprendido a manejar y fabricar la energía para moverse, abrigarse, hacer casas, coches, fabricar herramientas que le permitieran fabricar más cosas para fabricar y después vender. Un día quiso vender más y para eso debió fabricar más, y así empezó a fabricar cosas que servían para fabricar más cosas. Cuando ya no sabía qué fabricar para fabricar para vender se le ocurrió fabricar productos para descansar, divertirse y, por qué no, para meterse en el culo cuando nadie lo miraba. Así llegó al momento en que empezó a ganar plata fabricando productos para que alguien se metiera en el orto y otros pagaran por mirarlos. En el fondo, todos los productos e ideas terminan en el mismo embudo, en el mejor producto jamás fabricado y más vendido de la historia: la necesidad de consumir.
La lógica evolución de la industrialización se encaminó, en algún momento, hacia la producción en serie: autos, zapatillas, vasitos de plástico, discos y, ¿por qué no?, artistas. Pero, sin reavivar el debate de lo que la Escuela de Francfurt criticaba sobre la producción en serie de obras de arte, que convendría releer en estos tiempos (esto es un mensaje del alter ego para quien escribe), Tomás se resiste a calificar como artistas a todos los cantantes, bailarines, actores, etc que emergen al final de la cinta de producción. Si quieren llámenlos estrellas, “stars”, como también se les dice, pero un artista tiene que ser otra cosa que un producto pergeñado para vender. ¿Está equivocado?

Fábrica de estrellas.
Está muy claro que no es nuevo lo de inventar artistas. Cantantes, actores, lindos o feos, ex modelos, deportistas aburridos que no saben qué hacer con la plata, los últimos 50 años de la historia del espectáculo se orientaron tornar cada vez más difusas las fronteras entre arte y entretenimiento. ¿Por qué un artista tiene que se exitoso y por qué ese éxito pasa casi exclusivamente por un reconocimiento que se interpreta cuantitativamente en función de lo que vende? ¿Es eso lógico? Por supuesto que sí, aunque uno puede objetar los preceptos de esa lógica, bastante dominante por cierto.
Su propia voracidad hizo que la industria del entretenimiento creciera tanto al punto que nada le es ajeno. Al no quedar nada que comer, se empieza a explotar a sí misma y a reproducirse como chicotazo. Cuando todos pensaban que nada habría después de saturar y aburrir con clones de Ricky Marketing, el nuevo espectáculo es el modo de fabricación. Pero eso no sería un problema para Tomás, sino fuera porque parece haber una audiencia muy a la expectativa de quién será el próximo mono freak o clon de Cristina Aguilera a quien se alabará durante cinco minutos. Millones de personas supuestamente ávidas por consumir un producto basado en las leyes de exclusión y supervivencia del más apto, atrincherados a salvo en el telehogar, cagándose de risa de las desventuras ajenas ignorando a la velocidad del chat cuánto tienen de propias.
Fue entonces la rueda, lo primero. Donde termina una prolongación artificial del cuerpo empieza la próxima, todo basado en las necesidades del “homo consumidoris de merdi”. Si hasta los viajes al espacio ya van teniendo su impronta turística. Y Sony fabrica todo: la compactera y el CD para escuchar en ella, el televisor y el canal para mirar; el espectáculo y, por qué no, las “estrellas” que cantan, bien o mal, como William Hung (o la hija de Calabró).
Sería inocente creer que a Simon Cowell le salió el tiro por la culata cuando defenestró al tímido postulante de American Idol. William Hung no sabrá cantar ni bailar, pero sirve para vender. Igualito que el Ricky Marketing… Hasta el mes que viene.

** Ricky Marketing es un nombre que le choreé a mi amigo José Pépito Ianniello


* Publicado en el eslabon de mayo 2007

14. Simon Says parte I: Vestido de Apollo Creed

La escena se vio en uno de los miles de realities yankis que emite Sony, American Idol. El negro estaba vestido como Apollo Creed, más bien disfrazado de aquel payasesco boxeador que noqueaba (¿o no?) a Rocky Balboa no me acuerdo en cuál película. Así explicaba, antes de entrar al set, que se había tuneado de esa manera porque, figurativamente, “noquearía” al jurado cuando lo escucharan cantar.
Con esa postura, lo menos que se esperaba del negro es que la rompiera con algo gospel, soulero o como un Prince de entre casa, lo menos. Inesperadamente, la valentía del muchacho superaría lo imaginable: segundos después estaba enfrentando al trío encabezado por el inefable Simon entonando bizarramente un aria de ópera con voz de castrado y –¡lo hizo!-- vestido de Apollo Creed. Ni para el programa de Susana Gimene...
“No sé qué estoy haciendo acá, mirando cómo un tipo vestido de Apollo Creed me canta algo parecido a un aria”, dijo desde el jurado Simon Cowell. Fue su forma de decirle que era espantoso, aunque el negrito no pareció acusar mucho recibo. Acababa de noquear, efectivamente, al trío exminador, aunque un sentido diferente al que esperaba. Salvo que no esperara más que eso y que su deseo fuera vestirse de Apollo Creed para estar tres minutos in a TV show y volver a su vida de peor empleado del mes.

Más de lo mismo

Sintetizando, American Idol es la versión americana de Popstars, Operación Triunfo, etc. Surgió allá por 2001 y, como no podría ser de otra manera, la rompe en términos de audiencia. O al menos es lo que hacen creer, porque a esta altura…
Evidentemente, la figura de Cowell en el jurado se lleva las palmas de todo lo bueno o malo que ocurra en el programa. Inglés, el tipo tiene 47 pirulos, es productor artístico y ejecutivo de la discográfica BMG. Tomás no sabe mucho sobre su historia, pero es suficiente con enterarse que su último proyecto es un horrendo engendro multinacional de cuatro tenores carilindos vestidos de Armani haciendo clásicos pop y bautizado… (puaj)… Il Divo…(aghhhh)…Il Divo (pfuffff). Un irrefutable éxito, teniendo en cuenta que vendieron unos 5 millones de discos --¿acaso hay otra cosa para tener en cuenta?--. O al menos es lo que hacen creer, por que a esta altura…
AI es un universo de freaks que aparecen todos juntos como locos de barrio un domingo a la tarde. Un circo tan aberrante que no podría tener un mejor juez que este soberano hijo de puta, genialmente certero, ingeniosamente malvado e inteligente para levantar el pulgar cuando el postulante de turno logra ir más allá de la quimera de… afinar, cosas que algunos sin embargo logran de manera tan admirable que aburren tanto como los clones de Cristina Aguilera que son.
No hay mejor juez para este circo cuando, sin la menor posibilidad de equivocarse, Simon says: “Tu performance tuvo partes insoportables: esas partes fueron el principio, el medio y el final”, según leí en una crítica del sitio labrumaria.com.ar, donde también se destacan sus virtudes como ejecutivo de una compañía: “La industria de la música es un éxito porque descartamos a gente como vos”, dijo una vez a un finalista.
Los pibes se van mascando la bronca contra Simon, algunos hasta lo putean con más justicia todavía, y Simon sigue facturando haciendo lo que más le gusta hacer como esbirro top de la industria musical: desechar antes de ser desechado, abusar para disimular que es abusado, y mentirse para creerse antes de ser descubierto. Porque a esta altura…
Claro que el jurado tiene su contrapartida en Randy Jackson y Paula Abdul, que hace de “buena” cuando el bastardeado postulante por lo menos no tartamudeó. “¿Cuánto hace que Paula Abdul no graba un disco?”, espetó una chica que poco sabía de cantar pero mucho de ser yegua. Seguramente le habrá leído alguna vez el pensamiento a Simon…

Paja frente al espejo

Advertencia: Tomás no tiene ganas de ver estos engendros craneados y clonados por multimedios que incluyen discográficas como cucos que contribuyen a naturalizar la lógica del capitalismo salvaje. Claro que lo hacen, todos estos programas tienen la misma matriz basada en la berreta dicotomía “exclusión o 5 minutos de fama”, pero no es lo único que se puede ver en ellos.
Sintetizando, la tendencia es la siguiente: los mecanismos de comercialización minorista, especialmente en el rubro entretenimiento, apelan tanto a la segmentación del mercado que a esta altura ya se queda corta la división en “tribus”. Mientras tanto, factores diversos aceleran el proceso de atomización social, que tiene entre sus tantas consecuencias la aparición de la paja como un poderoso código de comunicación.
Si esto tuviera alguna vez una pretensión academicista, se podría empezar a denominar a esta era como “La edad de la masturbación”. Sin menoscabar los usos de Internet y las nuevas --¿posmodernas?-- formas de agrupación social en redes, esos mecanismos alternativos pertenecen, aunque crecen vertiginosamente, a lo subterráneo, cuando no a lo clandestino. Se impone así otra tendencia como más poderosa, con una intención individualista --aun cuando se trate de compartir fotos sacadas con el celu-- cuando se interacciona desde el reino del login propio, ese ciberespacio desde el cual uno cree que se está mostrando al mundo cuando tal vez no haga más que una paja frente a un espejo –o monitor--. Para ese tipo de usarios hay, entre las nuevas ofertas, un espacio de concursos en MTV para que cada uno mande su karaoke y sea “el mejor” (ay ay ay…)

El centro del mundo

En este mundo cuyo soporte es la ilusión de que todo cabe en ese periférico que conecta a las personas con el mundo (un teléfono con internet, reprodutor de mp3 o 4, agenda, cámara de supuestas fotos), multitudes de solitarios quieren aparecer para poder ser. Eso no es novedad, pero ahora, por esas cuestiones de la moda que maneja el mercado, constituye un mensaje que –sin ser apocalíptico—se difunde como dominante.
Ahora el evento del pueblo no es más la esperada llegada de un artista sino la actuación de una piba del barrio en Operación Triunfo. Y nadie les dice a los que quieren formar parte de esa masa con la explícita esperanza de que la cámara los enfoque para mostrar el cartelito con su nombre –parte indispensable del decorado de casi todos estos realities-- lo pelotudos que son. Todo lo contrario: se los festeja, felicita y convence de ser parte de algo importante. De paso se les regala la posibilidad de votar mediante el celular, a precios escalofriantes y luego de miles, de millones de llamados y sms –o al menos es lo que quieren hacer creer, porque a esta altura—uno de ellos, que primero estuvo en la…ejem… academia…esteee… se convierte en “estrella”.
Pero también los llaman artistas.
Estrellas, artistas, todo se va fundiendo, todo se confunde. Cualquier puede ser artista si desea ser estrella, incluso sin moverse de su casa. No es tan difícil, sólo hay pasar la prueba de descarte de Simon que, más allá de su explícita maldad, suele tener razón. Sobre todo cuando un muchachito vestido de Apollo Creed le dispara una pregunta al fondo de su sinceridad: ¿qué está haciendo en ese lugar? La respuesta, ausente de tan omnipresente en el programa, es muy sencilla: está ganando guita, o acaso hay otra cosa para hacer en el mundo de la música…

* Publicado en el eslabon en abril 2007