Monday, October 23, 2006

9. Hinchada hay una sola*

Estos son apuntes para una teoría que en algún momento deberá escribirse sobre la tan mentada “futbolización” del rock que más bien podría ser, en realidad, un reflejo de lo que parece ir constituyéndose como una “hinchadización” de la sociedad, que es el verdadero fenómeno. Una hinchadización que aparece como un cruce, una forma de síntesis, entre lo público y lo privado, uno de los tantos sonidos que pueden escucharse en el tránsito de ciudadano a consumidor que parece que les toca vivir en estos tiempos a los individuos, solos y en grupos sociales, más allá de la conciencia de clase y su crisis. La tribuna como lugar donde se expresa el espectador y no el actor, sea en el teatro, en casa mirando Tinelli o Locas de Amor, en medio de un pogo o clamando por la cabeza del técnico de turno en la popular de Cambaceres. ¿De la Rúa cayó a instancias de un movimiento popular o simplemente fue desplazado de un plumazo como aquellos programas que no le encuentran la vuelta al rating? ¿Qué es el “aguante” en el mundo del rock?
Más allá de detalles pintorescos como los trapos, las tribus o barras, distintos signos que parecen haber hecho un trasvasamiento desde la cancha a la pista de los recitales –que muchas veces, no siempre, suceden en canchas que ahora toman nombre de gaseosas—hay un síntoma en particular por donde parece radicar el meollo del asunto: el dispositivo “pasividad/protagonismo” que pone al hincha de fútbol o de rock en el contradictorio lugar de actor y espectador.
Seguramente alguien habrá empezado a estudiar –y cuánto que hay que estudiar—ese papel, ese mecanismo tan contradictorio de participación e interacción: burgueses batiendo cacerolas para el presi que lo mira por TV; pobres legitimizando sus reclamos frente a las cámaras de televisión como la única forma de existir. Anónimos participantes de concursos que van por cinco minutos de fama que no hacen otra cosa que ratificar su anonimato y el de los miles que lo están mirando.
Convendría aclarar primero, más allá del tono hippie que por ahí se me escurre de los dedos cuando tomo apuntes para lo que tal vez nunca escriba, que no se puede partir del presupuesto de que la futbolización/hinchadización de la sociedad, del rock y bla bla bla sea algo malo en sí mismo. Sería muy al pedo, y además un error querer enfocar la mirada sobre algo que está sucediendo partiendo de un preconcepto anclado en un juicio de valor. Es algo que sucede y punto. No necesariamente puede tildarse de más justa una sociedad de ciudadanos que una de consumidores. La injusticia pasa por otro lado y a esta altura sería chabacano echarle la culpa al modo de vida capitalista, que es más bien el resultado de un juego de ambiciones individuales y de grupos antes que un demonio que rige la cabeza de la gente alejándola del bien.
Volviendo al protagonismo de la tribuna que concita este interés, por el momento sólo puedo anotar los primeros puntos en común en esto que por ahora podría llamarse hinchadización o futbolización y que no sólo se puede registrar en el ámbito del rock –si existe en la cumbia y el folclore, es con otras características aunque el mercado tienda a unificar todo-- aunque este es el que motiva esta columna.
Algunos puntos en común entre la tribuna futbolera y la rockera:
- un exitismo paradójicamente alejado de lo deportivo, sobre todo –y aquí la paradoja-- en el fútbol, ya que el rock todavía conserva espacios de pureza que casi no se encuentran ni en los potreros.
- La idolatría, como un deber, como lo que en algún momento debió ser amar a Dios, a Perón o a la bandera. La adoración que debe ejercer como necesidad el que “juega” en la tribuna y el heroico rol de ídolo que debe ejercer el que juega en la cancha/escenario.
- La tribuna, el espacio social que reemplazó a las plazas, que viaja desde las canchas a los programas de TV (como “Tribuna caliente”) y salta a las butacas del Luna Park con la nueva muletilla de MTV.
- Y, sobre todo: la impresión de que la mayoría es la que manda para encubrir solapadamente la realidad de que todo es manejado por una minoría. Los cabecillas de las barras bravas que reinan sobre toda la hinchada; el fantasma del rating advirtiendo que mejor es igual a más. Y en el rock, la legitimación que obtienen los grupos a partir de su convocatoria, que no siempre está justificada con lo que sucede en el escenario o en las grabaciones.
Antes de seguir con paralelos, sería bueno enfocar en el fenómeno de las hinchadas en el rock, que no es tan nuevo pero sí ha evolucionado a la par de la hinchadización de la sociedad, proceso que es conveniente recordar que cuenta con el efecto multiplicador de los medios masivos audiovisuales. Efecto, en el sentido de que nunca se sabe qué es verdad más allá de lo que se ve y, sin embargo, la multiplicación surte efecto a partir del preconcepto tan difuso de que lo que aparece en la pantalla es cierto o, en un sentido que excede a los procesos de identificación, está legitimado como verdad, incluso como condición de existencia. Tal vez sea demasiado para un dispositivo que sólo está orientado a vender, pero es así: hace décadas que la venta implica toda una serie de identificaciones que hay que crear para luego transformar en necesidades a las que apelar. Sí, suena a demasiado cuando el objetivo estratégico pasa por la venta de una escalera plegable o un exprimidor de jugos, pero parece ser ese el rumbo al cual la clase dominante pretende llevar a la sociedad globalizada.
En el medio hay pibes que compran un disco de Miranda, van a recitales de Almafuerte, se someten a maratones punks o hacen cola tres días para ver a U2 o Joaquín Sabina, en una Babel donde se mezclan prácticas culturales con pautas de mercado que catalizan las relaciones sociales.
La “hinchadización” del rock argentino –hinchada hay una sola*-- corre paralela a la retribalización de la sociedad, a la segmentación de la juventud en tribus urbanas que tiene su correlato --no estricto, ojalá fuera tan fácil-- con la segmentación del mercado. Y en procesos de identificación tan vertiginosos como los tiempos que corren, nuevas tribus van apareciendo a partir de nuevos nombres, sin diferencias notorias entre unas y otras, más allá del escudo. Si se zarandearan todas las tribus urbanas a los ojos de una madre que no entiende por qué sus hijos se pelean “si son iguales”, quedaría que uno de los principios rectores de las tribus es el de exclusión: nosotros y ellos, us and them. Claro que hay cuestiones de clase, que aglutinan, pero siempre teniendo a partir de la pauta de exclusión para con el distinto. Aunque no sea tan distinto, es necesario que sea el otro.
Como las hinchadas, que en increíbles diálogos de sordos se llaman a sí mismas las mejores, las que tienen más aguante, etcétera. Porque hinchada “hay una sola”.
Hubo un tiempo en que la hinchada del rock era la misma, era más homogénea. La tribu original, cuaqndo asomó el rock cincuenta años atrás, era “los jóvenes”. Claro que había diferentes tipos de jóvenes y tal vez ahí radique el porqué de lo que después se fue conformando como proceso de tribalización. No habría que omitir, a la hora de abordar este fenómeno, cuánto de este proceso está fundado en la división de clases sociales.
Pero buscando el foco del análisis de la futoblización/hinchadización del rock en la Argentina, la pauta particular podría estar en el papel que juega el público: en síntesis, en cómo el foco de atención se bajó del escenario. En el show de banderas y trapos.
¿Qué es lo que se expresa en un recital de rock como acontecimiento cultural? ¿Cómo fue evolucionando el proceso de feedback entre el escenario y la tribuna? ¿Qué particularidades tiene en la Argentina? ¿Qué asoma, y qué se esconde detrás de los cantitos y las banderas que avanzan sobre las canciones? Necesidades, demandas y concesiones. Identificaciones, malestares y prejuicios. Fiestas y tragedias. Hay una multiplicidad de mensajes que tal vez no estén del todo listo para ser leídos, o tal vez no estemos listos nosotros, con la falta de persepectiva propia de quien está inmersos en el fenómeno que se pretende estudiar.
Estos no son más que apuntes preliminares, esbozados contrarreloj en medio de la cancha, con el partido empezado e incluso con algunos resultados puestos que todavía son difíciles de entender como lo que pasó hace poco más de un año en Cromañón y sus consecuencias, todavía cotidianas. Apuntes fundados en las dudas. Y en la necesidad de saber adónde estamos parados para tener más claro adónde podemos llegar.

* Publicado en el eslabon no me acuerdo cuándo, me parece...