Saturday, August 22, 2009

22. Rokn rolllll nnnnnnn

La escena no puede ser más bizarra, y como tal genera tanta risa como intriga. Todos los rockeros condensados en Pomelo. La estrella balbucea, nadie entiende sus palabras, pero parece muy claro lo que dice. La música, tal vez el más universal de los lenguajes humanos, comunica en varios sentidos y direcciones. Rrrrock n'rrrrrrrollll nnnnnn. Está muy claro.
Puede que sea una carambola, pero tampoco parece casual que una de las más ácidas críticas sobre la actualidad del rock argentino venga de alguien que supuestamente está en otro palo. Aunque pensándolo bien, Peter Capusotto (a quien, presupone Tomás, todos conocen o conocerán en algún momento por canal 7 los lunes a las 23, o tal vez en YouTube) es mucho más rockero que varios de los que se proclaman como tales, justo en momentos en los que el rock se encuentra tan lejos de su propia esencia.

Sapos de otros palos

Los artistas populares no son sólo sus obras. Más allá de las revistas o puntos de rating que se pueden facturar a partir de sus vidas privadas, hay otros elementos, fundamentalmente aquellos que constituyen la relación entre el artista y el público, que hacen trascender la obra más allá de lo concreto y objetivo de la producción. No se trata de adjudicarle importancia al divismo, ese comportamiento que algunos artistas han heredado hace 3 o 4 siglos de algún noble pelotudo de esos con peluca, sino de entender la relación que los artistas de rock fueron entablando con su público en su medio siglo de historia. Antes que el fútbol, antes que Hollywood, el rock metió a bordo de limusinas a pibes de extracción obrera sin “apellido” ni instrucción formal y naturalizó una movilidad social que antes sólo parecía posible a partir de un golpe de suerte o corrupción. Esa es la clave de las estrellas de rock, al menos las del siglo XX, antes de la fabricación en serie de estos días: un cúmulo de contradicciones y contraindicaciones entre rockeros y fans. Líderes políticos sin partido, formadores de opinión sin medios, pastores sin comunidades religiosas o ídolos sin capillas, los artistas de rock le fueron imprimiendo una pauta especial a su relación con el público y la sociedad, con valores basados en la rebeldía, libertad, paz y justicia. El tiempo supo agregar leyendas, muertes prematuras, desapariciones del mapa, cruces hacia otros campos como el de la política, experimentos de filantropía y mucho, tal vez bastante, de negocios. Todo esto con soberbias dosis de egocentrismo, otra peculiaridad humana que encontró en el rock un hermoso campo donde desarrollarse.
Esos ingredientes son los que Peter Capusotto mezcla y sintetiza en su mirada sobre esa cultura rock en la cual, evidentemente, se formó, más allá de desarrollarse como artista en otro palo. Una sarta de mitos y lugares comunes que aunque nadie parece, hoy por hoy, tomar muy en serio, todavía permanece vigente en el universo rockero.

Síntesis

Ya era hora de que alguien se empezara a reír de la mitología retrógrada del rock y no es casual que para ello deba remontar varias décadas. Ese fue el punto de partida para el programa: los videos del archivo de un melómano apodado el Griego. Los clips que predominan, básicamente de los 60, 70 y 80, no tienen nada que ver con los conocidos por las nuevas generaciones. Demasiado duros para la tevé actual en cuanto a imagen y sonido, su puesta en el aire puede leerse como una declaración de principios sobre esa tensión entre lo nuevo y lo viejo que siempre ha surcado la historia del rock. Una saludable forma de tomarse en joda la pedorrez de los rankings y sus ¿novedades? y un rescate y defensa de la memoria que va mucho más lejos que las proclamas de los gobernantes de turno. Sin embargo, esa apelación a la historia tampoco se salva: los clips están ¿presentados? por una voz de ardillita robótica, como para que nadie se coma el amague de lo inmaculado en el rock.
Pero más allá de su irreverencia, tan rockera pero más volada que la del pobre Pity abrazado a una cabra en una conferencia de prensa, "Peter Capusotto y sus videos" no se trata sólo de una cargada. Sin intereses en el medio, el actor y su socio creativo Pedro Saborido apelan tanto a chiste fácil como a la sutileza extrema para expresar su punto de vista, por ejemplo, sobre los grandes festivales patrocinados por poderosos esponsors. En este caso, alcanza con rebautizar el Quilmes Rock como Pumper Nic Festival y con eso está todo claro: es la misma mierda. El humor de Capusotto, fino y chabacano al mismo tiempo, apela al chiste fonético y la alteración de los nombres; el resto del laburo lo hace el propio rock: ¿hay algo más gracioso –o patético-- que la afectación de un rockero?

Demoliendo teles


Ojo, para poner al rock en su lugar tampoco se trata exclusivamente de mofarse de sus artistas. En ese sentido, Peter es justo y muestra a un manager llamado Tony Sorete con la cara de Boris Yeltsin. O cuenta --y canta, y bastante bien-- la historia de Bombita Rodríguez, una suerte de Palito Ortega montonero cuya historia de militancia parece remedar más a la pareja presidencial que al ex gobernador tucumano. Esas y otras apelaciones a lo cotidiano van convirtiendo al programa en algo más integral y gracioso al tiempo que desnuda otra falencia del rock actual, tan complaciente con el poder festivalero.
Pero hay más razones aún que avalan a Peter Capusotto como el rockero más
profundo de la actual escena argentina. Es que su apelación a la memoria, a la desmitificación de toda una simbología patética y su enarbolación del humor como herramienta de síntesis comunicativa está producida, por si fuera poco, en un ambiente que hoy por hoy se presenta mucho más pauperizado que el rock: la tele.
En esta tele donde Capusotto no es ningún novato pero sigue manteniendo su orgullo como sapo de otro pozo, y en la que tanto el programa más elaborado como el más berreta se basan en la jactancia y el autobombo, Capusotto y Saborido muestran la hilacha todo el tiempo, reciclando --como sólo el rock pudo hacer en el mundo de la música-- las falencias en el ropero de las virtudes. La escasez de recursos económicos, en comparación con otros programas, rinde mucho más a la hora del chiste. No sólo porque permite reír varias veces y de varias cosas más, sino también por la relación que entabla con el espectador: la farsa es total y esa es la realidad. No hay nada en este medio que merezca tomarse en serio: Capusotto es trucho, todo es trucho, no sólo Tinelli. Una actitud mucho más rockera, por cierto, que la supuesta irreverencia del trío CQC, siempre cómplice con las multinacionales que tan bien les dan de morfar.
El espectador puede hacerse cargo de interpretar lo que le parezca, reírse o no, ser libre para elegir. No es poco en este reino de lo predigerido, en el que incluso el rock terminó estandarizando hasta al pogo e inventando supuestos rituales donde no hay más que actos reflejos y consumistas.

Demoliendote

La impronta rockera de “Peter Capusotto y sus videos” puede conducir al error de creer que el programa consiste en exponer al rock riéndose de sí mismo. Pero no es así. El rock perdió su sentido del humor a la par que su capacidad de metaforizar se fue enredando en su propia maquinita de clonar y reciclar. Y más allá de la risa, que siempre viene bien y es básicamente lo que propone Capusotto, al rock le vendría mejor todavía estimular un poquito más la imaginación.
La escena no puede ser más bizarra, y como tal genera tanta risa como intriga. Todos los rockeros condensados en Charly García, el último de su especie. Arrestado por un enfermero, boca abajo en una camilla y con una sola media puesta, sólo un artista como él puede convertir en una obra la brutalidad de una cámara indiscreta. Algo balbucea, no se lo escucha. Rrrrock n'rrrrrrrollll nnnnnn.

*Publicada en El Eslabon de junio de 2008

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