14. Simon Says parte I: Vestido de Apollo Creed
La escena se vio en uno de los miles de realities yankis que emite Sony, American Idol. El negro estaba vestido como Apollo Creed, más bien disfrazado de aquel payasesco boxeador que noqueaba (¿o no?) a Rocky Balboa no me acuerdo en cuál película. Así explicaba, antes de entrar al set, que se había tuneado de esa manera porque, figurativamente, “noquearía” al jurado cuando lo escucharan cantar.
Con esa postura, lo menos que se esperaba del negro es que la rompiera con algo gospel, soulero o como un Prince de entre casa, lo menos. Inesperadamente, la valentía del muchacho superaría lo imaginable: segundos después estaba enfrentando al trío encabezado por el inefable Simon entonando bizarramente un aria de ópera con voz de castrado y –¡lo hizo!-- vestido de Apollo Creed. Ni para el programa de Susana Gimene...
“No sé qué estoy haciendo acá, mirando cómo un tipo vestido de Apollo Creed me canta algo parecido a un aria”, dijo desde el jurado Simon Cowell. Fue su forma de decirle que era espantoso, aunque el negrito no pareció acusar mucho recibo. Acababa de noquear, efectivamente, al trío exminador, aunque un sentido diferente al que esperaba. Salvo que no esperara más que eso y que su deseo fuera vestirse de Apollo Creed para estar tres minutos in a TV show y volver a su vida de peor empleado del mes.
Más de lo mismo
Sintetizando, American Idol es la versión americana de Popstars, Operación Triunfo, etc. Surgió allá por 2001 y, como no podría ser de otra manera, la rompe en términos de audiencia. O al menos es lo que hacen creer, porque a esta altura…
Evidentemente, la figura de Cowell en el jurado se lleva las palmas de todo lo bueno o malo que ocurra en el programa. Inglés, el tipo tiene 47 pirulos, es productor artístico y ejecutivo de la discográfica BMG. Tomás no sabe mucho sobre su historia, pero es suficiente con enterarse que su último proyecto es un horrendo engendro multinacional de cuatro tenores carilindos vestidos de Armani haciendo clásicos pop y bautizado… (puaj)… Il Divo…(aghhhh)…Il Divo (pfuffff). Un irrefutable éxito, teniendo en cuenta que vendieron unos 5 millones de discos --¿acaso hay otra cosa para tener en cuenta?--. O al menos es lo que hacen creer, por que a esta altura…
AI es un universo de freaks que aparecen todos juntos como locos de barrio un domingo a la tarde. Un circo tan aberrante que no podría tener un mejor juez que este soberano hijo de puta, genialmente certero, ingeniosamente malvado e inteligente para levantar el pulgar cuando el postulante de turno logra ir más allá de la quimera de… afinar, cosas que algunos sin embargo logran de manera tan admirable que aburren tanto como los clones de Cristina Aguilera que son.
No hay mejor juez para este circo cuando, sin la menor posibilidad de equivocarse, Simon says: “Tu performance tuvo partes insoportables: esas partes fueron el principio, el medio y el final”, según leí en una crítica del sitio labrumaria.com.ar, donde también se destacan sus virtudes como ejecutivo de una compañía: “La industria de la música es un éxito porque descartamos a gente como vos”, dijo una vez a un finalista.
Los pibes se van mascando la bronca contra Simon, algunos hasta lo putean con más justicia todavía, y Simon sigue facturando haciendo lo que más le gusta hacer como esbirro top de la industria musical: desechar antes de ser desechado, abusar para disimular que es abusado, y mentirse para creerse antes de ser descubierto. Porque a esta altura…
Claro que el jurado tiene su contrapartida en Randy Jackson y Paula Abdul, que hace de “buena” cuando el bastardeado postulante por lo menos no tartamudeó. “¿Cuánto hace que Paula Abdul no graba un disco?”, espetó una chica que poco sabía de cantar pero mucho de ser yegua. Seguramente le habrá leído alguna vez el pensamiento a Simon…
Paja frente al espejo
Advertencia: Tomás no tiene ganas de ver estos engendros craneados y clonados por multimedios que incluyen discográficas como cucos que contribuyen a naturalizar la lógica del capitalismo salvaje. Claro que lo hacen, todos estos programas tienen la misma matriz basada en la berreta dicotomía “exclusión o 5 minutos de fama”, pero no es lo único que se puede ver en ellos.
Sintetizando, la tendencia es la siguiente: los mecanismos de comercialización minorista, especialmente en el rubro entretenimiento, apelan tanto a la segmentación del mercado que a esta altura ya se queda corta la división en “tribus”. Mientras tanto, factores diversos aceleran el proceso de atomización social, que tiene entre sus tantas consecuencias la aparición de la paja como un poderoso código de comunicación.
Si esto tuviera alguna vez una pretensión academicista, se podría empezar a denominar a esta era como “La edad de la masturbación”. Sin menoscabar los usos de Internet y las nuevas --¿posmodernas?-- formas de agrupación social en redes, esos mecanismos alternativos pertenecen, aunque crecen vertiginosamente, a lo subterráneo, cuando no a lo clandestino. Se impone así otra tendencia como más poderosa, con una intención individualista --aun cuando se trate de compartir fotos sacadas con el celu-- cuando se interacciona desde el reino del login propio, ese ciberespacio desde el cual uno cree que se está mostrando al mundo cuando tal vez no haga más que una paja frente a un espejo –o monitor--. Para ese tipo de usarios hay, entre las nuevas ofertas, un espacio de concursos en MTV para que cada uno mande su karaoke y sea “el mejor” (ay ay ay…)
El centro del mundo
En este mundo cuyo soporte es la ilusión de que todo cabe en ese periférico que conecta a las personas con el mundo (un teléfono con internet, reprodutor de mp3 o 4, agenda, cámara de supuestas fotos), multitudes de solitarios quieren aparecer para poder ser. Eso no es novedad, pero ahora, por esas cuestiones de la moda que maneja el mercado, constituye un mensaje que –sin ser apocalíptico—se difunde como dominante.
Ahora el evento del pueblo no es más la esperada llegada de un artista sino la actuación de una piba del barrio en Operación Triunfo. Y nadie les dice a los que quieren formar parte de esa masa con la explícita esperanza de que la cámara los enfoque para mostrar el cartelito con su nombre –parte indispensable del decorado de casi todos estos realities-- lo pelotudos que son. Todo lo contrario: se los festeja, felicita y convence de ser parte de algo importante. De paso se les regala la posibilidad de votar mediante el celular, a precios escalofriantes y luego de miles, de millones de llamados y sms –o al menos es lo que quieren hacer creer, porque a esta altura—uno de ellos, que primero estuvo en la…ejem… academia…esteee… se convierte en “estrella”.
Pero también los llaman artistas.
Estrellas, artistas, todo se va fundiendo, todo se confunde. Cualquier puede ser artista si desea ser estrella, incluso sin moverse de su casa. No es tan difícil, sólo hay pasar la prueba de descarte de Simon que, más allá de su explícita maldad, suele tener razón. Sobre todo cuando un muchachito vestido de Apollo Creed le dispara una pregunta al fondo de su sinceridad: ¿qué está haciendo en ese lugar? La respuesta, ausente de tan omnipresente en el programa, es muy sencilla: está ganando guita, o acaso hay otra cosa para hacer en el mundo de la música…
* Publicado en el eslabon en abril 2007
Con esa postura, lo menos que se esperaba del negro es que la rompiera con algo gospel, soulero o como un Prince de entre casa, lo menos. Inesperadamente, la valentía del muchacho superaría lo imaginable: segundos después estaba enfrentando al trío encabezado por el inefable Simon entonando bizarramente un aria de ópera con voz de castrado y –¡lo hizo!-- vestido de Apollo Creed. Ni para el programa de Susana Gimene...
“No sé qué estoy haciendo acá, mirando cómo un tipo vestido de Apollo Creed me canta algo parecido a un aria”, dijo desde el jurado Simon Cowell. Fue su forma de decirle que era espantoso, aunque el negrito no pareció acusar mucho recibo. Acababa de noquear, efectivamente, al trío exminador, aunque un sentido diferente al que esperaba. Salvo que no esperara más que eso y que su deseo fuera vestirse de Apollo Creed para estar tres minutos in a TV show y volver a su vida de peor empleado del mes.
Más de lo mismo
Sintetizando, American Idol es la versión americana de Popstars, Operación Triunfo, etc. Surgió allá por 2001 y, como no podría ser de otra manera, la rompe en términos de audiencia. O al menos es lo que hacen creer, porque a esta altura…
Evidentemente, la figura de Cowell en el jurado se lleva las palmas de todo lo bueno o malo que ocurra en el programa. Inglés, el tipo tiene 47 pirulos, es productor artístico y ejecutivo de la discográfica BMG. Tomás no sabe mucho sobre su historia, pero es suficiente con enterarse que su último proyecto es un horrendo engendro multinacional de cuatro tenores carilindos vestidos de Armani haciendo clásicos pop y bautizado… (puaj)… Il Divo…(aghhhh)…Il Divo (pfuffff). Un irrefutable éxito, teniendo en cuenta que vendieron unos 5 millones de discos --¿acaso hay otra cosa para tener en cuenta?--. O al menos es lo que hacen creer, por que a esta altura…
AI es un universo de freaks que aparecen todos juntos como locos de barrio un domingo a la tarde. Un circo tan aberrante que no podría tener un mejor juez que este soberano hijo de puta, genialmente certero, ingeniosamente malvado e inteligente para levantar el pulgar cuando el postulante de turno logra ir más allá de la quimera de… afinar, cosas que algunos sin embargo logran de manera tan admirable que aburren tanto como los clones de Cristina Aguilera que son.
No hay mejor juez para este circo cuando, sin la menor posibilidad de equivocarse, Simon says: “Tu performance tuvo partes insoportables: esas partes fueron el principio, el medio y el final”, según leí en una crítica del sitio labrumaria.com.ar, donde también se destacan sus virtudes como ejecutivo de una compañía: “La industria de la música es un éxito porque descartamos a gente como vos”, dijo una vez a un finalista.
Los pibes se van mascando la bronca contra Simon, algunos hasta lo putean con más justicia todavía, y Simon sigue facturando haciendo lo que más le gusta hacer como esbirro top de la industria musical: desechar antes de ser desechado, abusar para disimular que es abusado, y mentirse para creerse antes de ser descubierto. Porque a esta altura…
Claro que el jurado tiene su contrapartida en Randy Jackson y Paula Abdul, que hace de “buena” cuando el bastardeado postulante por lo menos no tartamudeó. “¿Cuánto hace que Paula Abdul no graba un disco?”, espetó una chica que poco sabía de cantar pero mucho de ser yegua. Seguramente le habrá leído alguna vez el pensamiento a Simon…
Paja frente al espejo
Advertencia: Tomás no tiene ganas de ver estos engendros craneados y clonados por multimedios que incluyen discográficas como cucos que contribuyen a naturalizar la lógica del capitalismo salvaje. Claro que lo hacen, todos estos programas tienen la misma matriz basada en la berreta dicotomía “exclusión o 5 minutos de fama”, pero no es lo único que se puede ver en ellos.
Sintetizando, la tendencia es la siguiente: los mecanismos de comercialización minorista, especialmente en el rubro entretenimiento, apelan tanto a la segmentación del mercado que a esta altura ya se queda corta la división en “tribus”. Mientras tanto, factores diversos aceleran el proceso de atomización social, que tiene entre sus tantas consecuencias la aparición de la paja como un poderoso código de comunicación.
Si esto tuviera alguna vez una pretensión academicista, se podría empezar a denominar a esta era como “La edad de la masturbación”. Sin menoscabar los usos de Internet y las nuevas --¿posmodernas?-- formas de agrupación social en redes, esos mecanismos alternativos pertenecen, aunque crecen vertiginosamente, a lo subterráneo, cuando no a lo clandestino. Se impone así otra tendencia como más poderosa, con una intención individualista --aun cuando se trate de compartir fotos sacadas con el celu-- cuando se interacciona desde el reino del login propio, ese ciberespacio desde el cual uno cree que se está mostrando al mundo cuando tal vez no haga más que una paja frente a un espejo –o monitor--. Para ese tipo de usarios hay, entre las nuevas ofertas, un espacio de concursos en MTV para que cada uno mande su karaoke y sea “el mejor” (ay ay ay…)
El centro del mundo
En este mundo cuyo soporte es la ilusión de que todo cabe en ese periférico que conecta a las personas con el mundo (un teléfono con internet, reprodutor de mp3 o 4, agenda, cámara de supuestas fotos), multitudes de solitarios quieren aparecer para poder ser. Eso no es novedad, pero ahora, por esas cuestiones de la moda que maneja el mercado, constituye un mensaje que –sin ser apocalíptico—se difunde como dominante.
Ahora el evento del pueblo no es más la esperada llegada de un artista sino la actuación de una piba del barrio en Operación Triunfo. Y nadie les dice a los que quieren formar parte de esa masa con la explícita esperanza de que la cámara los enfoque para mostrar el cartelito con su nombre –parte indispensable del decorado de casi todos estos realities-- lo pelotudos que son. Todo lo contrario: se los festeja, felicita y convence de ser parte de algo importante. De paso se les regala la posibilidad de votar mediante el celular, a precios escalofriantes y luego de miles, de millones de llamados y sms –o al menos es lo que quieren hacer creer, porque a esta altura—uno de ellos, que primero estuvo en la…ejem… academia…esteee… se convierte en “estrella”.
Pero también los llaman artistas.
Estrellas, artistas, todo se va fundiendo, todo se confunde. Cualquier puede ser artista si desea ser estrella, incluso sin moverse de su casa. No es tan difícil, sólo hay pasar la prueba de descarte de Simon que, más allá de su explícita maldad, suele tener razón. Sobre todo cuando un muchachito vestido de Apollo Creed le dispara una pregunta al fondo de su sinceridad: ¿qué está haciendo en ese lugar? La respuesta, ausente de tan omnipresente en el programa, es muy sencilla: está ganando guita, o acaso hay otra cosa para hacer en el mundo de la música…
* Publicado en el eslabon en abril 2007


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