Friday, August 11, 2006

4. Algo sobre Live 8*

Live 8 fue un reciclaje del original Live Aid organizado por el rockero irlandés Bob Geldof en Wembley en 1985, para juntar guita para el hambreado pueblo etíope. Los más de 100 millones de dólares recaudados no solucionaron ese problema, aunque algunos se habrán comido un par de pizzas. Geldof, ahora empresario y roquero, se dio cuenta de que eso no alcanzaba y veinte años después decidió, ya sobre otro escenario mundial, impulsar otra movida: esta vez para motorizar “justicia en lugar de caridad”, lo que supuestamente debería aportar soluciones definitivas, y tomando como blanco del reclamo a los presidentes de los países G8 (los ocho más “garcas” del mundo) para que perdonen las impagables deudas externas a los pobres y destinen al Africa una ayuda económica que, según Geldof y compañía, sirve a los destinatarios para que vivan mejor.
Pero L8 suscitó muchísimas críticas de quienes se esperaba adhesión. Se lo tildó de un negocio publicitario de las multinacionales que esponsorearon los conciertos y de los propios artistas que, pese a haber actuado gratis, al día siguiente veían crecer sus regalías por ventas. Esas críticas, casi todas bien fundadas y profundas, son fáciles de encontrar en la web, donde también se publicó el detalle de la guita que L8 destinará a programas para mejorar la calidad de vida de miles de africanos.
Antes de considerar si L8 sirve o no, o a quiénes sirve, aquí se esbozará un pequeño análisis del fenómeno comunicativo y del mensaje de L8: un campo lleno de claves sobre cómo y por qué el mundo está como está. Y por qué parece que seguirá igual por muchos años.
Con la consigna de “convertir a la pobreza en historia” –supuestamente, “acabar con la pobreza”-- L8 combinó dos herramientas que bastante sirvieron al imperialismo: el rock y la tecnología comunicacional (TV, internet, telefonía) para multiplicar un mensaje que pretende convertir al mundo en un lugar más justo. En el “largo camino hacia la justicia” proclamado por L8 es lógico empezar por erradicar el hambre y la miseria. Para eso, L8 echó mano a esa propaladora de ideas llamada rock/pop capaz de convertir a un tipo con una guitarrita en un formador de opinión en cualquier parte del planeta.
Punta de lanza de la industria musical, el rock/pop ha cambiado en algún sentido (tantas veces bueno) la vida de muchos terrícolas desde hace medio siglo mientras, como ya se dijo varias veces, no dejaba de ser una herramienta más del imperialismo al que tantas veces criticó. Causas o consecuencias al margen, negar esta paradoja es no querer o no poder comprender la lógica de la civilización occidental-cristiana dominante, en la que para curar el cáncer se matan células enfermas y sanas por igual. Y en la cual una iniciativa de buena leche como L8 termina siendo un dechado de contradicciones de las que no escapan adherentes ni detractores.
Antes que dudar de las buenas intenciones de Geldof, Bono y sus movidas pro condonaciones de deudas, conviene analizar sus propuestas. Británicos y pobres como Robin Hood, ambos muchachos criados en una Irlanda tan cerca como afuera del primer mundo fueron mejorando sus condiciones de vida y con el tiempo optimizaron medios para canalizar en el primer mundo la rebeldía que conservaban del tercero. Presidentes, popes de multinacionales (entre ellos el Papa), todos destinaron minutos para salir en la foto con Bono mientras éste se expresaba contra lo injusto del mundo. Pero como todo “self-made man”, Bono –y tantos-- no puede escapar de una realidad: es lo que es gracias al capitalismo, un sistema que permite al otrora juglar que en el medioevo trabajaba por monedas hoy poder comprarse su propio castillo.
Es lógico entonces que un rockstar no tenga ideas por fuera del capitalismo para mejorar el mundo. Y como un moderno Robin Hood, no les sale otra cosa que demandar una mejor distribución del dinero y “reglas de mercado más justas”.
Así explican someramente en el sitio web de L8, en el tono políticamente correcto de la socialdemocracia europea, cómo repercute la inequidad distributiva en el planeta y cómo el orden económico globalizado genera pobreza para generar riqueza. Así los fans deberían darse cuenta de que algo anda mal en el mundo mientras en otra pantalla se bajan un ringtone de Madonna (que también es progre…)

La idea base del L8 sería: los que tenemos la panza llena debemos presionar a ocho presidentes para que permitan a los pobres comer, educarse, tomar agua limpia, vivir más de dos años y finalmente insertarse –es decir, “competir en igualdad de condiciones”—en el mercado global. Cambiar el mundo es posible, sólo se requieren 3.000 millones de fans (perdón, ciudadanos) legitimando un justo reclamo ante Bush y Blair mientras los plomos cambian el set entre Elton John y Sting.
Una iniciativa tan loable como ingenua, si se considera que un artista no opera desde la maldad. Pero no es lo mismo vender música que revolución (tal vez sí lo sea para Madonna, qué inmortalizó su “Are you ready for the fucking revolution?” como uno de los más ingenuos sofismas de L8).
Pero hay cosas más interesantes que los juicios de valor.
Toda esta movida parece anclarse en una concepción arcaica de la comunicación que sugiere que los medios masivos operan sobre las sociedades como si éstas fueran una bolsa de carbón que sólo necesita fuego para prender. Esa idea, que demoniza o endiosa a los medios según quien la sostenga, parece revigorizarse mientras la sociedad retrocede en su acelerada carrera hacia el futuro. Como si la pobreza se pudiera revertir porque millones de personas escuchan a Sting cantando “Every Breath You Take” con la letra cambiada “para Tony y Bush que lo miran por TV”. Esta lógica, vertiginosa y facilista, confunde la asistencia con la toma de conciencia. Y a ésta con una acción para cambiar el mundo.
Por un momento pareció que el rock lograría cambiar el mundo. Desde el Hyde Park de Londres, Dolores Barreiro les daba al público del 13 la “primicia”: en Africa hay millones de famélicos. Pero todo volvió a la normalidad con Robbie Williams: la modelo mostró la hilacha de su conciencia social mientras el sobreimpreso de Cachamai se repetía hasta el hartazgo. Antes de ir a un corte, Dolores tiró otro dato: “En este show hay tres consolas que salen 600.000 dólares, algo que cualquiera puede tener en su living”. Jajá. Lapsus al margen, las cámaras mostraban cada vez más fans emocionados por un Robbie que cantaba indiferente al decorado de fotos de negritos pobres.
Al día siguiente, mientras llegaban millones de euros al Africa a través de programas de desarrollo motorizados por ONG, millones de personas discutían en todo el mundo si Gilmour y Waters se habían abrazado de onda. Y el portal de L8 cuantificaba la ayuda conseguida y proclamaba sus conclusiones: “El sábado L8 pidió 25.000 millones de dólares anuales para combatir la pobreza estructural de Africa y hoy Africa tiene ese dinero. La vida de esos pobres no sólo estará regida por la caridad sino también, dentro de un tiempo, por la justicia. L8 fue maravillosa y devastadoramente efectivo, el mayor acto de reclamo masivo en la historia de la política. Implica que 10 millones de personas están vivas porque ustedes bailaron por la vida. Significa 20 millones de chicos en la escuela porque nosotros tocamos la guitarra. Cinco millones de huérfanos recibirán atención porque cantamos por la felicidad. Los invitamos a un largo camino y ustedes lo recorrieron. Ustedes son la más grande armada de paz, 3.000 millones que caminaron por aquellos que apenas se pueden arrastrar. Ustedes ganaron, millones viven gracias a ustedes”.
En fin, cada uno cree en lo que quiere. L8 puede mejorar las condiciones de vida de mucha gente, pero como herramienta de cambio sólo dejará que las cosas sigan siendo igual: para que, contra lo que piensan nuestros ídolos, muchos se mueran de hambre para que unos pocos bailen mientras los miran por TV.

*Publicado en el periódico el eslabon en septiembre de 2005


Nota de agosto 2006: El paso de ciudadanos a consumidores que los individuos experimentan a esta altura de la cultura occidental capitalista, globalizada (no quiere decir establecida pero sí instaurada) en todo el planeta parece estar afectando la conformación de nuevos líderes sociales que más que desde la política emergen desde el espectáculo, un terreno que se está comiendo al de la política. Ahí están Bono y sus muchachos, recitando su propio mito de que una canción puede despertar conciencias cuando no hace otra cosa que vender canciones. Vender, comprar, convencer, variables que hablan más de las relaciones comerciales que de las humanas, entroncadas en un discurso cuyo objetivo, al menos el que figura en el prospecto, es generar movimientos sobre los cuales operar cambios en la sociedad.
Nada tan parecido a una campaña publicitaria que, créase o no, son motores de cambios sociales microscópicos que pueden generar una tendencia hacia determinado cambios social. Ejemplo: es el consumo el principal motor que mueve a la tecnología como chasis de los cambios que observan las relaciones humanas en sus niveles tele perceptivos. Hay que pagar para poder acceder a estos cambios sociales que permiten chatear con un amigo que está tanto en Uganda como en la silla de al lado en el cíber. Y, como sucede en este bendito mundo, si hay que pagar no es para todos.
Es generoso, sin embargo, querer modificar con buena leche las condiciones del mundo en el que se vive y confiar en aportar a favor de una mejor distribución de lo que se genera en el mundo. Desgraciadamente no todos los hombres que llegan a una buena posición económica tienen los principios de generosidad y justicia de los empresarios rockeros como Bono y Geldof.
Pero tampoco puede negarse que están pecando de soberbios cuando se ponen en querer venderle al mundo que ellos son motores de cambio porque tienen otro laburito en el que se suben a un escenario y millones de personas le dan bola. Como si el ego se los comiera y no se dieran cuenta de que su lugar es en realidad la multiplicación de muchos efectos de identificaciones que se amparan en un sistema de relaciones culturales. Esas relaciones que a ellos se los come como un delicioso bombón.
¿Cuáles serán los alcances de estos vendedores de baratijas que pretenden movilizar a la sociedad con canciones se venden por televisión a personas que están por debajo del nivel del emisor? Es cierto que a lo largo de la historia nunca los héroes fueron iguales a sus seguidores.
Pero quién sabe si en realidad lo que menos necesitamos son héroes sino otra cosa: algo que nos enseñe a ser mejores personas. Espero que no ocurra un cataclismo para que se aprenda eso…

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