Friday, August 11, 2006

3. Un Leon rendido a sus plantas*

En un país que quiere a sus héroes como muñecos o talismanes vivientes que respondan a sus necesidades, a Leon Gieco le tocó ser un héroe. Un pibe que casi llega a grabar un disco con versiones de los Bee Gees en español, destino que evitó Santaolalla. Rescatado por Mercedes Sosa a caballo de un himno pacifista en el cual él no creía hasta que casualmente la oyó Charly García y la rescató del cajón al cual la tenía condenada su autor. Algo especial debió tener Leon para convertirse en uno de los músicos más influyentes del país catalizando el rock y el folclore. Al margen de un par de himnos forjó a partir de una poderosa mezcla de intuición, convicción y honestidad: la base de su talento. Y un par de minutos afortunados que pudo capitalizar.
¿Pero qué pasa cuándo la realidad cambia? En la Argentina los ídolos no pueden cambiar. Aun abajo del escenario, tienen vedado bajarse del pedestal, so pena de buscarles fisuras para atacarlos –desmitificarlos-- “como personas”, como si hubiera diferencias entre un artista y la persona que le da vida: una relación histérica expresada tantas veces pretendiendo escindir al Borges facho o al Maradona merquero de los bustos de bronce a los que la devoción popular los “condena”.
Leon parece experimentar en su cuerpo esa relación con el pueblo y –ataques de estrés mediante—hoy suele salir a la calle camuflado con bufanda o barbijo para que no lo reconozcan. Menuda contradicción para un cantante popular, la de mantener su “compromiso con la realidad” barbijo mediante. Ahora bien, ¿será posible comprender a un ídolo antes de bajarlo por el sólo hecho de ser, además, un hombre?
Tan lapidaria como absorbente, la sociedad argentina no perdona a los buenos. Tal vez cansado de trabajar de Gieco, puede que Leon quiera ser un rato Raúl y correr por Palermo sin detenerse cada dos personas a ratificar su diploma de buen tipo. Pero parece estar temeroso de alterar su personaje y, presionado por seguir aportando lo que se le requiere vuelve a la carga con ¿nuevas? “canciones sociales” en su disco “Por favor, perdón y gracias”; nuevos héroes (Romina Tejerina, Pocho Lepratti) para los tributos de siempre.
Leon parece desandar el camino hacia una vida propia donde sus decisiones no sean las que todos esperan, mientras intenta no tracionar ese “compromiso con la realidad” que cimentó su personaje. Desde su clastrofobia social, busca en los diarios héroes a través de los cuales seguir alimentando el mito que no se atreve a abandonar. Tal vez haya algo de barbijos en las nuevas canciones sociales de Leon, atravesadas por un tufillo a fórmula que deja contentos Hebe de Bonafini y a la EMI. Pero no por eso dejan de ser honestas. Nada mejor que las canciones para descifrar el “sincericidio” que Leon dice hacer al cantar.
Todo juglar, papel que el destino impuso a Gieco y él trabajó hasta el nivel del mito, necesita de héroes. El héroe al que cantarle --¿tributo o alter ego del juglar?—es una constante en las letras de Gieco como anclaje de su mensaje de universalidad. Valentía, injusticia y miseria tienen nombres propios en su relato, donde los héroes son un vehículo expresivo que últimamente suena forzado: hay una brecha entre la inspiración que extrajo un himno de “un pobre agujero” y la cuasiobligada dedicación –como un chico que no quiere llevarse materias-- a Pocho Lepratti. Y justo donde había algo nuevo que decir, más por inesperado que por novedoso, la sociedad –encarnada en un grupo de gente dolida-- dijo “no”. En nombre de la paz y el respeto, el juglar se calló: sacó el tema “Un minuto”, grabado con Pato de “Callejeros”. Tal vez entendió que no fue muy inspirado su intento de hablar de Cromañón, pero al mismo tiempo el tema que sacó del disco parece hablar mucho de él mismo: un tipo que en un minuto se convirtió en héroe y que teme dejar de serlo en otro minuto. Y así como Leon no estaba preparado para despojarse de su personaje y disfrazarse un minuto de Pato Fontanet, la sociedad tampoco quiso escuchar su confesión.
A medio camino entre el personaje y la persona Leon pide “por favor perdón” y agradece. Así propone nuevas formas de cambio más cerca de lo interpersonal que de lo social. Una utopía basada en tratarnos mejor, ni menos elevada ni menos importante que una revolución que va perdiendo quórum. Así podría sacarse el barbijo: “Encantado, soy Leon, no estoy trabajando. Por favor, quiero correr por el parque, ahora no puedo hablar con usted, perdóneme. A la salida de algún show le firmaré un autógrafo, gracias”.
El dilema de Leon, animarse a ese “sincericidio”. ¿Podrá pedirle al pueblo que le devuelva la canción que le mostró? ¿Estará el pueblo dispuesto a perdonar a Leon (a Palito, cantorcito de contramano, el pueblo lo perdonó con creces), a escuchar lo que ahora él quiere ahora decir?
¿Qué pasa si todos asumimos que tal vez “el país de la libertad” que queremos no es más que un bello y soleado prado sin injusticias y unido por la telefonía, donde el cielo nos abarbija? ¿O acaso son mejores las “canciones sociales” mediatizadas y con los sentidos alterados que pretenden encabezar la ilusión de que no todo está perdido pero no hacen más que masturbar la conciencia de quien las canta y quien las escucha?
Si la sociedad argentina tuviera la madurez de asumir sus propias contradicciones tal vez sería capaz de escuchar a la persona que pide la palabra detrás del disfraz de Leon: un tipo que puede perder todo en un minuto y tiene miedo por eso, con quien nadie querría identificarse porque en vez de mostrarnos lo que queremos ser nos mostraría lo que somos. ¿Se arriesgaría Leon a cantar eso sin esconderse? ¿Estarían todos dispuestos a perdonarlo?


Nota: mucha data para esta reflexión apareció de la lectura de la excelente nota que Fernando Dadario le hizo a Leon en la Rolling Stone en 2005, me parece.


* Publicado en el periódico el eslabon en octubre de 2005

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