13. Rezo por vos*
Quien venga siguiendo las columnas de Tomás Dell’Pico en el eslabon ya debe estar al tanto de las cuestiones que lo perturban en su diario trajinar intelectual –no le da para otra cosa-- por los vericuetos de las relaciones entre el rock y la sociedad argenta. No es que el muchacho intente rescatar lo que en algún momento representó el rock, incluso en estas pampas, para una juventud que allá lejos asumía la “misión” (no se rían) de cambiar el mundo para mejor. En rigor Tomás nunca creyó demasiado en el poder curativo que el rock podía ejercer en la superestructura de la sociedad, pero es cierto que, por otra parte, Tomás agarró al rock con el caballo cansado, 15 años después de Vietnam, con la dictadura argentina en retirada y con un mercado fagocitando todos los ideales que en algún momento muchos músicos dijeron representar porque era parte del proceso que con el tiempo les iría llenando –salvo excepciones—las billeteras.
Pero a esta altura el rock --ya lejos de ser considerado un movimiento contracultural como alguna vez lo fue al menos en su etapa embrionaria-- puede ser observado como un teatro en el que confluyen diversos actores –muchos de ellos otrora inesperados, como el mismísimo intendente de Buenos Aires que también se hace unos manguitos como empresario del espectáculo-- que interpretan la tragicomedia que se desarrolla puertas afuera de los shows. Y aunque no cree mucho en esto de los pasados tiempos hermosos donde se era libre de verdad, Tomás tampoco pretende hacerse el boludo cuando la muerte, la violencia, la estafa, el fachismo y el culto a la idiotez que todos los días respira la sociedad argentina empiezan a ser moneda corriente en los recitales, en las previas, en las salidas y en el intercambio entre músicos y público. ¿Acaso la música no es otra cosa?
En este tren, el columnista de esta página fue desmenuzando en los últimos tiempos --a veces impune, a veces torpe-- algunos fenómenos que permiten “oír” el rock desde otro lugar. En las reseñas publicadas en Rock al Margen Tomás viene rompiendo las pelotas desde hace bastante con este temita, que tuvo en Cromañón un verdadero mojón que, paradójicamente –o no, esto es la Argentina-- ni siquiera fue capaz de marcar un antes y un después ahí donde hace falta: en el inconsciente colectivo. ¿O acaso alguien cree que Cromañón cambio verdaderamente algo en el devenir del rock argentino?
Tal vez estos apuntes pequen de un marxismo reducido a un par de eslóganes mal entendidos fruto del difuso paso de Tomás por la universidad, como que “el hombre produce su vida material”. Tampoco hay que descartar que nuestro amigo caiga en el error de teorizar a partir de sus prejuicios, pero que se la banque, para eso es un alter ego. Lo cierto es que el mundo va cambiando y con él también va mutando el rock, razón suficiente como para tirar un par de petardos (intelectuales, en este caso, no malinterpreten) para ver cuáles son los mitos que quedan en pie y cuáles pasarán a engrosar el capital masturbatorio del patrimonio simbólico alumbrado sin querer en el baño de la Perla del Once, allí donde entonces iba a cagar el mismísimo culo del mundo.
¿Artistas?
Si algo logró poner en duda el desarrollo del rock como expresión artística de la civilización occidental capitalista que reina --tan desigual como omnipresente-- de Usuahia a Piongyang fue, por qué no, el mote de artista. ¿Pueden ser los músicos de rock considerados artistas? ¿No todos? ¿Algunos? ¿Qué los diferencia? ¿Y qué es un artista? Tomás jura no intentar responder esta pregunta, pero…
Genios, excéntricos, idolatrados, ignorados, justicieros, mentirosos, omnipotentes, oportunistas, explotados, los artistas han cabalgado por la historia bajo el paraguas de mitos que no han conseguido otra cosa que mostrarlos tal como son: humanos. Buenos, malos, contradictorios, débiles, inseguros, valientes, ingeniosos, idiotas, cobardes, no hay hombre ni mujer sobre en este extraño planeta que no tenga algo de todo eso en el ácido desoxirribonucleico que lo compone. Obviamente no alcanza con decir que los artistas son humanos para lograr una definición ajustada –sigue jurando Tomás que no intentará responder la pregunta—pero, parece mentira, la condición de humanidad no parece entrar en juego a la hora de referirse a ellos.
Hay, al menos en la Argentina, una tradición teórica “de vereda” –ni siquiera es “de café”— basada en una absurda separación pseudoanalítica de la vida (en su expresión más totalizadora) pública y privada de los artistas. Esto va más allá de los mitos pacientemente tejidos por décadas desde las viejas revistas del corazón hasta la “empty-vi”. Esta corriente de (no) pensamiento, tan ingenua como facciosa, se ha dedicado a pretender desglosar la producción de sentido de quien lo producía. A esta altura se cae de maduro el ejemplo máximo: el genial “pero reaccionario” Jorge Luis Borges. Cuántos admiradores de su literatura se han empeñado en escindir al hombre detrás de esas letras en “el maravilloso Borges escritor” y el “facho Borges persona”. ¿Tan perfectos deben ser los artistas, como para no permitirles pensar diferente? Típica mutilación occidental-cristiana, que así como divide el cuerpo humano en especialidades médicas más o menos rentables, pretende separar “lo bueno de lo malo” que reside en todos los seres. Es por lo menos injusto, señora, ¿o acaso usted se arranca de cuajo la nariz cuando cuando se tira un pedo?
Es más honesto aborrecer una obra genial que negar la humanidad que la produjo. Bueno sería saber que los artistas, sea lo que sean, son personas tan contradictorias como las que los ponen en el pedestal.
El artista del balón
Esta forma de “mirar para arriba” tiene un ejemplo mucho más rico que a esta altura también se cae de maduro: el Diego. Más allá de que Tomás insista en no responder a la pregunta “¿qué es un artista?”, está en condiciones de afirmar que Maradona sí lo es, aunque expresa su cosmovisión desde un terreno que sólo la chatura impide concebir como arte. Porque si hay algo que puede diferenciar al Diego de Britney Spears es que mientras ambos son estrellas, Maradona además es un artista, ¿está claro?
Quién no escuchó alguna vez de boca de una tía vieja –o incluso de un primo joven-- la frase “Maradona será un genio jugando al fútbol, pero como persona es un negro de mierrrrrda”. Muchos de quienes piensan de esa manera no han hecho otra cosa, cada vez que el Diego les daba la posibilidad de gritar un gol, que apropiarse de la “utilidad” de Maradona y –esto no es una metáfora—abandonar al hombre que siempre hubo detrás de su fantasía.
Eso, apropiarse de lo ajeno que nos satisface, en mi barrio se llama robar. Y cuántos ladrones se pasean orondos negándose tontamente a sí mismos que un “negro de mierda” los hizo tantas veces felices. Que cada uno haga su cuenta...
Pero esa forma utilitaria y mendaz de mirar a los ídolos o a los artistas tuvo una contrapartida que también puede traer a colación el Diez (o “Dios”, como desfachatadamente lo denominara Canal 13 cuando lo contrató para un patético programa de televisión que sólo Maradona podía sacar adelante). Es más de lo mismo, aunque parezca todo lo contrario: frases como “No me toqué’ al Diego”, “al Diego le perdono todo porque e’ un genio” o “lo meten preso a Maradona, el turco Menen también la toma” tampoco enfocan en la persona que a duras penas logra mantenerse en ese pedestal tan apetecible como insostenible. ¿O acaso quienes le perdonan las debilidades al Diego son tan justos como para perdonar las debilidades del anónimo y patadura vecino de enfrente?
Como sea, todavía persisten en la relación de esta sociedad con sus referentes (ídolos, artistas, estrellas, lo que sea) concepciones utilitarias consistentes en negar, tanto desde la adulación como a través de la denostación, a la simple y mundana persona que es tan capaz de hacer emocionar como de hacerse aborrecer. Ojo, pasa en las mejores familias; es muy cómodo –y esto no es metáfora-- heredar las virtudes y los bienes de papá y hacerse el boludo con los defectos que vienen en el mismo paquete. Pero no está mal ir madurando en algún momento y dejar de mirar sólo lo que conviene.
Esto es todo lo que --por ahora-- Tomás Dell’Pico, una entelequia tan idolatrada como negada por el idiota que está detrás de sus palabras, tiene para decir sobre Charly García. Ah, y otra cosa más: viejo, con todo respeto y admiración, está mal pegarle a un tipo** que está laburando a menos que tanto vos como él sean boxeadores. Un artista, ídolo o genio que hace eso, en mi barrio, no es una buena persona. De todas maneras, al margen, yo rezo por vos.
* Publicado en el periodico el eslabon en noviembre de 2006
** La nota se refiere al tan patético como recordado incidente protagonizado por Charly García en un show (¿?) realizado en Córdoba, cuando le pegó a un asistente y el flaco se la devolvió. Busquen el el gugel las crónicas al respecto, la mayoría es bastante pedorra pero tienen data
Pero a esta altura el rock --ya lejos de ser considerado un movimiento contracultural como alguna vez lo fue al menos en su etapa embrionaria-- puede ser observado como un teatro en el que confluyen diversos actores –muchos de ellos otrora inesperados, como el mismísimo intendente de Buenos Aires que también se hace unos manguitos como empresario del espectáculo-- que interpretan la tragicomedia que se desarrolla puertas afuera de los shows. Y aunque no cree mucho en esto de los pasados tiempos hermosos donde se era libre de verdad, Tomás tampoco pretende hacerse el boludo cuando la muerte, la violencia, la estafa, el fachismo y el culto a la idiotez que todos los días respira la sociedad argentina empiezan a ser moneda corriente en los recitales, en las previas, en las salidas y en el intercambio entre músicos y público. ¿Acaso la música no es otra cosa?
En este tren, el columnista de esta página fue desmenuzando en los últimos tiempos --a veces impune, a veces torpe-- algunos fenómenos que permiten “oír” el rock desde otro lugar. En las reseñas publicadas en Rock al Margen Tomás viene rompiendo las pelotas desde hace bastante con este temita, que tuvo en Cromañón un verdadero mojón que, paradójicamente –o no, esto es la Argentina-- ni siquiera fue capaz de marcar un antes y un después ahí donde hace falta: en el inconsciente colectivo. ¿O acaso alguien cree que Cromañón cambio verdaderamente algo en el devenir del rock argentino?
Tal vez estos apuntes pequen de un marxismo reducido a un par de eslóganes mal entendidos fruto del difuso paso de Tomás por la universidad, como que “el hombre produce su vida material”. Tampoco hay que descartar que nuestro amigo caiga en el error de teorizar a partir de sus prejuicios, pero que se la banque, para eso es un alter ego. Lo cierto es que el mundo va cambiando y con él también va mutando el rock, razón suficiente como para tirar un par de petardos (intelectuales, en este caso, no malinterpreten) para ver cuáles son los mitos que quedan en pie y cuáles pasarán a engrosar el capital masturbatorio del patrimonio simbólico alumbrado sin querer en el baño de la Perla del Once, allí donde entonces iba a cagar el mismísimo culo del mundo.
¿Artistas?
Si algo logró poner en duda el desarrollo del rock como expresión artística de la civilización occidental capitalista que reina --tan desigual como omnipresente-- de Usuahia a Piongyang fue, por qué no, el mote de artista. ¿Pueden ser los músicos de rock considerados artistas? ¿No todos? ¿Algunos? ¿Qué los diferencia? ¿Y qué es un artista? Tomás jura no intentar responder esta pregunta, pero…
Genios, excéntricos, idolatrados, ignorados, justicieros, mentirosos, omnipotentes, oportunistas, explotados, los artistas han cabalgado por la historia bajo el paraguas de mitos que no han conseguido otra cosa que mostrarlos tal como son: humanos. Buenos, malos, contradictorios, débiles, inseguros, valientes, ingeniosos, idiotas, cobardes, no hay hombre ni mujer sobre en este extraño planeta que no tenga algo de todo eso en el ácido desoxirribonucleico que lo compone. Obviamente no alcanza con decir que los artistas son humanos para lograr una definición ajustada –sigue jurando Tomás que no intentará responder la pregunta—pero, parece mentira, la condición de humanidad no parece entrar en juego a la hora de referirse a ellos.
Hay, al menos en la Argentina, una tradición teórica “de vereda” –ni siquiera es “de café”— basada en una absurda separación pseudoanalítica de la vida (en su expresión más totalizadora) pública y privada de los artistas. Esto va más allá de los mitos pacientemente tejidos por décadas desde las viejas revistas del corazón hasta la “empty-vi”. Esta corriente de (no) pensamiento, tan ingenua como facciosa, se ha dedicado a pretender desglosar la producción de sentido de quien lo producía. A esta altura se cae de maduro el ejemplo máximo: el genial “pero reaccionario” Jorge Luis Borges. Cuántos admiradores de su literatura se han empeñado en escindir al hombre detrás de esas letras en “el maravilloso Borges escritor” y el “facho Borges persona”. ¿Tan perfectos deben ser los artistas, como para no permitirles pensar diferente? Típica mutilación occidental-cristiana, que así como divide el cuerpo humano en especialidades médicas más o menos rentables, pretende separar “lo bueno de lo malo” que reside en todos los seres. Es por lo menos injusto, señora, ¿o acaso usted se arranca de cuajo la nariz cuando cuando se tira un pedo?
Es más honesto aborrecer una obra genial que negar la humanidad que la produjo. Bueno sería saber que los artistas, sea lo que sean, son personas tan contradictorias como las que los ponen en el pedestal.
El artista del balón
Esta forma de “mirar para arriba” tiene un ejemplo mucho más rico que a esta altura también se cae de maduro: el Diego. Más allá de que Tomás insista en no responder a la pregunta “¿qué es un artista?”, está en condiciones de afirmar que Maradona sí lo es, aunque expresa su cosmovisión desde un terreno que sólo la chatura impide concebir como arte. Porque si hay algo que puede diferenciar al Diego de Britney Spears es que mientras ambos son estrellas, Maradona además es un artista, ¿está claro?
Quién no escuchó alguna vez de boca de una tía vieja –o incluso de un primo joven-- la frase “Maradona será un genio jugando al fútbol, pero como persona es un negro de mierrrrrda”. Muchos de quienes piensan de esa manera no han hecho otra cosa, cada vez que el Diego les daba la posibilidad de gritar un gol, que apropiarse de la “utilidad” de Maradona y –esto no es una metáfora—abandonar al hombre que siempre hubo detrás de su fantasía.
Eso, apropiarse de lo ajeno que nos satisface, en mi barrio se llama robar. Y cuántos ladrones se pasean orondos negándose tontamente a sí mismos que un “negro de mierda” los hizo tantas veces felices. Que cada uno haga su cuenta...
Pero esa forma utilitaria y mendaz de mirar a los ídolos o a los artistas tuvo una contrapartida que también puede traer a colación el Diez (o “Dios”, como desfachatadamente lo denominara Canal 13 cuando lo contrató para un patético programa de televisión que sólo Maradona podía sacar adelante). Es más de lo mismo, aunque parezca todo lo contrario: frases como “No me toqué’ al Diego”, “al Diego le perdono todo porque e’ un genio” o “lo meten preso a Maradona, el turco Menen también la toma” tampoco enfocan en la persona que a duras penas logra mantenerse en ese pedestal tan apetecible como insostenible. ¿O acaso quienes le perdonan las debilidades al Diego son tan justos como para perdonar las debilidades del anónimo y patadura vecino de enfrente?
Como sea, todavía persisten en la relación de esta sociedad con sus referentes (ídolos, artistas, estrellas, lo que sea) concepciones utilitarias consistentes en negar, tanto desde la adulación como a través de la denostación, a la simple y mundana persona que es tan capaz de hacer emocionar como de hacerse aborrecer. Ojo, pasa en las mejores familias; es muy cómodo –y esto no es metáfora-- heredar las virtudes y los bienes de papá y hacerse el boludo con los defectos que vienen en el mismo paquete. Pero no está mal ir madurando en algún momento y dejar de mirar sólo lo que conviene.
Esto es todo lo que --por ahora-- Tomás Dell’Pico, una entelequia tan idolatrada como negada por el idiota que está detrás de sus palabras, tiene para decir sobre Charly García. Ah, y otra cosa más: viejo, con todo respeto y admiración, está mal pegarle a un tipo** que está laburando a menos que tanto vos como él sean boxeadores. Un artista, ídolo o genio que hace eso, en mi barrio, no es una buena persona. De todas maneras, al margen, yo rezo por vos.
* Publicado en el periodico el eslabon en noviembre de 2006
** La nota se refiere al tan patético como recordado incidente protagonizado por Charly García en un show (¿?) realizado en Córdoba, cuando le pegó a un asistente y el flaco se la devolvió. Busquen el el gugel las crónicas al respecto, la mayoría es bastante pedorra pero tienen data