Saturday, August 22, 2009

23. Los simuladores en MySpace

Para la presentación de su primer disco, la bandita (su nombre será mantenido en reserva) armó un show con invitados de distintas agrupaciones de su Rosario natal y algunos de Buenos Aires. Uno a uno, algunos en grupo, los músicos invitados van desembocando en un extraño y poco rockero camarín. Entre saludos presentaciones y música, la noche va exponiendo a los recién llegados a una situación inconcebible que nadie parece querer asumir por increíble: el bajista de la banda anfitriona está haciendo playback. Sí, se sube al escenario, se cuelga un bajo, pero no toca. Tocan todos menos él. Y no es que toca mal, no; directamente no toca. No toca porque no sabe, pero además no tiene idea. Una simulación que ni Baudrillard se hubiera animado a plantear.
Hay una pregunta que circula entre los invitados en el camarín, pero que nadie se anima a pronunciar: ¿qué hago acá, quiénes son estos pendejos que presentan un disco con un bajista que no toca? ¿están locos? ¿es una broma, una jodita para Tinelli? ¿dónde está la cámara oculta? ¿por qué?
Con el paso del tiempo, sanamente indiferentes a lo que sucede con la presentación del disco en el escenario, los invitados caen por peso propio en la misma conclusión: fueron, por decirlo de alguna manera risueña, víctimas de MySpace, medio por el cual habían sido contactados.

Todo empieza en la PC

Desde hace al menos una década, una computadora no muy compleja permite a cualquier pibe más o menos astuto grabar sus canciones y luego, a costos accesibles, plasmar esa producción en un disco para vender o regalar. Mucho se ha dicho sobre las bondades de esta utopía tecno que tiende a igualar a las personas que, por lo menos, pueden acceder a una PC. Pero todo lo bueno parece venir con un troyano en la posmodernidad, y esa democratización del medio de producción no responde tanto a la horizontalidad que se proclama como a la lógica del capitalismo posindustrial: cada vez más personas producen más bienes y hasta ahí llegamos, todo empieza y termina en producir.
Desde hace varias décadas es el mercado, más allá de los gustos personales, el que le imprime los parámetros de valoración más fuertes a la música. Lo hace con las mismas leyes que aplica a otras artes o actividades, con variables binarias como “éxito/fracaso” y esas infaltables normas naturalizadas como “más es mejor”. Ojo, era de esperar que en algún momento la cultura occidental superara esas nociones arcaicas –aún presentes en las viejas generaciones—que distinguen la música entre culta y popular. Pero miren qué bonita resultó ser la alternativa: la música ya no es calificada por un par de señoras sordas que les gusta Chopin sino por un mercado al que sólo le interesa vender para poder seguir produciendo y así tener más para vender.
Así, mientras la posmodernidad se va morfando paradigmas nuevos y viejos en función de intereses básicamente económicos (en algún momento habrá que rescatar a Marx de la trampa china) los músicos tratan de amoldarse a esas nuevas formas de existencia que parecen asomar, a caballo de la tecnología, como una ayuda. Y así como una PC permite grabar un disco sin tener que desembolsar un dinero que no hay, la misma compu también ofrece un atajo para eludir ese mercado que pide una llave demasiado onerosa para entrar a participar.

Todo sigue en la PC

MySpace es una de red social de tantas sobre las que se asienta el modelo web 2.0 surgido tras el estallido, en el año 2000, de la burbuja dotcom, esas empresas que se hacían en un garaje y al año cotizaban, por esos caprichos del mercado, en millones de dólares. Para decirlo sencillamente, este nuevo modelo de negocio (del que muchos ya palpitan su caída) consiste en juntar gente para que interactúe y, de paso como quien no quiere la cosa, mostrarles publicidad. Como toda red social, lo que se ofrece al usuario es un espacio para, de alguna manera, compartir una versión abreviada de su personalidad limitada a gustos, ocurrencias o creaciones. Youtube sirve para subir videos, Facebook para mostrar fotos y MySpace comenzó tomando la música como excusa.
El sitio fue creado en 2003 y algunos investigadores se lo achacan a gente vinculada al spam, práctica que en Europa y Estados Unidos se objeta en serio por invadir la privacidad. No casualmente, para ser parte de MySpace hay que proporcionar muchos datos personales y una cuenta de correo electrónico. La necesidad social creada en torno al sitio es tal (no por nada tiene cerca de 300 millones de usuarios, aunque su furor parece empezar a calmarse) que el interesado no se detiene a pensar para qué MySpace quiere saber de qué cuadro es, si le gustan los chinchulines o la coca cola y así lo único que lee del tramposo formulario de admisión es el cartelito que dice “acepto”.
Tampoco es para rasgarse las vestiduras, más allá de que algunos dicen que MySpace sirve en países como México como base de datos para secuestrar adolescentes ricos. Lo único que consigue MySpace con esos datos son miles de millones de dólares en publicidad, ya que ofrece a sus anunciantes un mercado potencial bien segmentado. De paso, tienen las direcciones electrónicas de 300 millones de boludos, algo que en el mundo real vale millones de dólares.

Espacio propio

Pero más allá de los gustos, objeciones y atractivos de MySpace y todo el negocio montado en redes de intercambio de pajerías hay una cultura que se va cimentando a través del uso. Para esto primero hay que resumir cómo se presenta MySpace para el músico y como éste se inserta en el sitio.
MySpace distingue entre usuarios comunes y músicos (bandas o solistas), que pueden subir sus canciones (hasta seis es gratis) y acceder así a un portal con millones de usuarios donde difundirlas. Ambas categorías están unificadas en la figura del friend, algo así como un amigo, que puede ser un vecino de Arroyito que tiene una banda de rock, un finlandés con un sello en Helsinki o la mismísima Madonna, que puede ser ella o un fan que se haga pasar por ella, ya que nada te impide que armar un MySpace en nombre de tu ídolo (incluso uno puede tener entre sus amigos a próceres del rock ya fallecidos).
Se supone –y muchas veces es cierto—que esa red de amigos redunda en contactos sobre los cuales se establecen relaciones significativas para el desarrollo del proyecto creativo. Si bien no todos los músicos pueden jactarse como los británicos Arctic Monkeys de haberse hecho famosos a través del sitio –algo que les trajo posteriores dolores de cabeza ya que MySpace luego intentó “compartir” con ellos los derechos de la música que la banda había subido-- muchos admiten “deberle” al portal la posibilidad de haber concretado alguna gira, o al menos un viajecito.
Pero al margen del uso que cada uno pueda hacer del sitio hay una práctica que, debe decirse, MySpace impuso o al menos sirvió para canalizar. Porque en la práctica, los “amigos” no son más que direcciones hacia las cuales orientar la publicidad. Basta con ver esos mensajes: “Hola cómo estás, paso a dejarte este afiche con mi próximo show. Gracias” y así aparece un jpg que ocupa toda la pantalla. Así, MySpace logra algo inconcebible: que el perejil que te rompe las pelotas con 5 volantes por hora sea en realidad tu amigo. Una ocupación del espacio propio con publicidad ajena legitimada por la “amistad”.
Es que al ser un proyecto concebido para la circulación de publicidad no deseada, MySpace no puede –ni quiere-- evitar que sus usuarios se conviertan en otra cosa que modestos publicistas de lo propio incapaces de distinguir claramente entre un amigo, un par, un fan o un cliente potencial.
Esto no tiene por qué ser un problema para la mayoría de los mortales, pero puede terminar siendo una mierda cuando se intentan entablar relaciones entre músicos.

Nunca serás mi amigo

No se trata de revisar el sentido del vocablo amigo, que no estaría de más. Tampoco los músicos son seres ajenos al mundo global donde viven, ese que prefiere a humanos más consumidores que ciudadanos. Pero el hecho de que un espacio personal o grupal pensado para difundir la música propia no sea finalmente más que una plataforma para enviar mails bien seguros debería llevar, al menos a aquellos que todavía se piensen como artistas, a repensar sus acciones.
¿Tiene gollete conectarse, relacionarse entre músicos sólo para mandarse mails publicitarios? ¿Cuál es la profundidad de las relaciones que se entablan mediante una intefaz como MySpace? Esas preguntas deberían enmarcarse en una aseveración primordial: la culpa no es de la sustancia ni de la herramienta.
“Vamos a tener que pensar qué carajo hacemos en MySpace” suelta por lo bajo en el camarín un músico invitado a la presentación del disco de una bandita que grabó en la PC un disco que le permite disimular sus falencias y a la que “su espacio” le permite gozar de una existencia acorde con los tiempos que corren: una banda de rock atravesada y constituida por la simulación. Con discos que se presentan, músicos invitados y –pequeño detalle-- un bajista que, como no sabe tocar, hace playback mientras suena una pista de karaoke.
¿Continuará esta historia?

* Publicada en El Eslabon de octubre de 2008

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