Saturday, August 22, 2009

27. Maicol, true colors, black and white

Tomás anda enquilombado con el escritorio de su marulo donde se desvanecen sensaciones y convicciones mientras las canciones parecen no poder escapar de su destino de sucesiones de ceros y unos convertidos en tonos de teléfono para que el usuario X sepa que lo está llamando la madre la novia el jefe o cualquier otro Big mac Brother. En eso anda Tomás cuando por si fuera poco, llega a su escritorio uno de los acontecimientos del siglo: se murió Maicol.
O así parece. Porque si todo siempre dio lugar a dudas en la vida de Maicol, por qué no iba a pasar eso con su muerte: que sí, que no, que cómo, que ¿en serio?, que debe ser mentira, que capaz se escapó a un lugar donde nadie le rompiera las pelotas y pudiera jugar para siempre con sus amiguitos, que más vale que sea verdad, que “pobre negro”, que pobre “blanco”, que qué negocio, qué lastima. Qué buena oportunidad para viajar un rato por el universo de Maicol, ese muchacho que todos conocen y que nadie está seguro de saber quién joraca es. O fue.

Realidad y ficción en blanco y negro

Cuando Tomás conoció a Maicol eran dos purretes. Tomás era un niño que miraba televisión precable y Maicol un dibujito de una tira animada que integraba un grupo musical compuesto por cinco chicos negros con afro que, ordenados escalonada y descendentemente de izquierda a derecha según altura, cantaban y bailaban de modo mucho más cool que otros referentes del momento como Margarito Tereré. Jackie, Tito, Jermain, Marlon y el más chiquitito, Maicol, algo así como el héroe en torno al cual todo giraba.
Por lógico carácter transitivo, así como Tomás asumía que Batman era un personaje de ficción, estaba seguro de que estos inverosímiles muchachos de cartoon también lo eran. Claro, Tomás no sabía aún que ese dibujito de la época de Meteoro se basaba en un grupo musical “de verdad” compuesto por cinco hermanos “de verdad” que le debían todo al más pendejito, de cinco años.
Más tarde supo que los hermanos tenían otra hermanita más, Janet, que era la bella Charlene Du Prey (pronunciado “Sharlín”) novia de Willis en “Blanco y Negro” (Diff’rent Strokes). Justamente, la graciosa tira de los hijos adoptivos del Señor Drummond que también “continuó” en la vida real con las desdichas de los dos hermanitos negros: Gary Coleman (Arnold), un enanito que se iba a morir de algo que después resultó una farsa y años más tarde terminó trabajando de ir a cenar con fans nostalgiosos para poder sobrevivir tras ser esquilmado por sus propios padres; Todd Bridges (Willis), que había sido el primer niño actor negro que la rompió en la tele, en la Familia Ingalls, y luego tuvo problemas con la ley –lo acusaron de intentar matar a un dealer-- de los que zafó porque su abogado alegó que había sido un niño abusado por la industria del espectáculo. Y ni hablar de la blanca y bella Dana Plato (Kimberley), cuya carrera después de esa serie fue declinando hasta que murió a los 35 por sobredosis de pepas previo paso por la industria del softcore porno.
Pensar que todos –excepto Margarito Tereré-- eran niños.

Una familia muy poco Ingalls

Si la realidad supera a la ficción eso no le impide a la industria del entretenimiento también facturar por ahí. Cuántas revistas del corazón se habrán vendido en todo el mundo antes de que a Jorge Rial se le ocurriera su primera hijaputez. El viejo y fabuloso negocio del “mundo del espectáculo”, generoso boliche paralelo al mundo y al espectáculo, donde lo supuestamente privado se hace público en un show rodado en los exteriores de las mansiones, ofreciendo escándalos cuando no hay canciones.
Malo de la historia en su vida “espectacular”, y posiblemente un gran hijo de puta en su vida real, es obvio que Joseph Jackson no fue el primer y único padre que se aprovechó de sus hijos para cumplir el sueño americano cuando en 1962 fundó Jackson Five, una suerte de antecedente de los Ñoquis on the block y Menudo.
Pero tuvo que esperar un par de años hasta que su octavo infante, el más precoz (en rigor, dicen que sus talentos fueron descubiertos por su madre, que le insistió al viejo que lo incorporara) dejara los pañales y pudiera entrar en el grupo que había formado con sus hijos mayores. Entonces, en 1968, vino el contrato con el sello Motown, legendaria compañía que los puso en carrera haciéndoles cantar las canciones de su selecto grupo de compositores de hits. Hasta que el producto se agotó hacia mediados de los 70 y parece que Motown les dio una patada en el orto tras la cual deben haber quedado unos buenos billetes para todos.
Pero ese no fue el fin del quiosquito de Joseph, que por esos años ya impulsaba paralelamente la carrera solista del Jackson más chiquito. En 1972, Maicol tenía 14 cuando salió su primer disco solista. En 1982, cuando Tomás se compró Thriller en cassette, Maicol aún era negro, pero ya sin afro.
Por entonces la novedad pasaba por los revolucionarios videoclips antes que por los escándalos que seguro ya estarían agazapados para entrar en escena en el momento justo: cuando la pobre teta de la música --¿arte o espectáculo?-- no alcanzara para cubrir su parasitario presupuesto. El resto de la historia es tan conocida como dudosa. ¿Who’s bad?

Niños especiales en lugares comunes

En ese delgado borde entre la realidad y la ficción, que establece y vende modos de vida a través de canales de chismes y biopics, el tema de los niños prodigio parece ser todo un rubro (no olvidar que niños y animales son los únicos que nunca fallan, para los parámetros de Hollywood).
Drogas, soledad, abuso, mala pata, pobreza luego riqueza luego pobreza, chicos triunfadores pero aplicados, locos psicóticos, rebeldes ajusticiados por el sistema de límites y excesos, las vidas –públicas y privadas-- de los niños prodigio siempre parecen asentarse en lugares comunes a la medida del angurriento star system siempre ávido por explotarlos. Como si fueran historias diseñadas de antemano, con dos o tres alternativas: pueden morir en el olvido cuando crecen, si es que la vida se los permite; pueden convertirse en leyendas sin poder escapar jamás del niño que fueron. Algunos zafan de la locura, generalmente ayudados por sus padres, que siempre aparecen como héroes o villanos a la hora de los bifes.
Evidentemente, en ese circo Maicol era único hasta para transitar por los lugares comunes que su destino de estrella pop le tenía deparados. ¿Qué borrachera o petería de Amy Winehouse es comparable con hacerse toda la cara de nuevo y echarle la culpa al vitiligo? ¿Cuántos africanitos tendría que seguir adoptando Madonna para igualar a Maicol, eterno-niño-padre de probeta?

Niños comunes en lugares especiales

La vida de Maicol se agolpa obviamente al ritmo del zapping ante los ojos de Tomás. En un canal se ve a uno de los artistas más talentosos y dotados para cantar y bailar que conoció. Zap. Un chino se filma haciendo la caminata lunar de Maicol delante de una estatua de Mao. Zap. Maicol aparece otra vez con uno de sus bebés en brazos y lo muestra como si estuviera por tirárselo a sus fans por la ventana de un hotel. Zap. Un neocelandés lleno de granos cree que su particular versión de la caminata lunar merece ser colgada en You Tube y miles internautas se ríen de él. Zap. Un periodista persigue a Maicol por todo el mundo buscando que le confiese cuántas cirugías se hizo y él sólo admite que se retocó la nariz.
“People change”, la gente cambia, contesta Maicol con su aniñada voz cuando el periodista le muestra desesperado, con su credulidad a punto de colapsar, fotos suyas de la época de Thriller. La negación de Maicol es tan fuerte que podría ser tildado, en el mejor de los casos, como un psicótico. Pero es otra cosa lo que Maicol parece seguir intentando ocultar en vano: el niño que nunca pudo ser y, paradójicamente, jamás dejó de ser.
Su voz aflautada parece ser lo único que no cambió entre aquel dibujito de los 70 que conociera Tomás y la pseudomomificada actual versión en negativo que muestra la tele. Capaz que sea así nomás, piensa Tomás escuchando a Maicol ser tan coherente al explicar por qué se llevaba púberes amiguitos a compartir sus giras y su rancho ¿casualmente bautizado? Neverland. Tal vez detrás de esa vida diseñada por y para un mercado no había más que un prepúber que quería jugar tranquilo y nunca lo dejaron.
Maicol juega con sus muñecos más amados, los tres hijos que tuvo por encargo y bautizó, con la impunidad de un niño, a todos con su propio nombre. Los lleva al zoológico con coquetas máscaras venecianas para no exponerlos a los paparazzi, pero no se ocupa mucho de evitar que los pibitos queden a merced de la turba de fans que se agolpa sobre ellos en cualquier ciudad del mundo. ¿Por qué hace eso? ¿por qué expone así a sus hijos?, le preguntan. “I love de zoo” es la respuesta del nene de los Jackson Five, y esa es la única verdad.
Tomás se arriesga con una idea, made in Maicol: para los niños, no importa qué edad tengan, la verdad es una sola y no necesariamente debe ser fiel a la realidad.

Pero si era un pibito

Entonces ese es Maicol, se le ocurre a Tomás. Nunca cambió a pesar de las cirugías que siempre negó. Maicol es ese negrito que conoció como un dibujito animado de él mismo a los 5 años: por ahí tan pelotudito por momentos que daba bronca; a veces tan frágil que se volvía conmovedor. Y también tan talentoso que podía causar devoción.
Un niño rebelde que se mantuvo como un genial bailarín entre dos mundos que no todos entendían. Como buen niño, en ambos se dedicó a jugar. Podía ser un talentoso cantante o una excéntrica estrella de pop, y así salieron obras como “Thriller” o el rancho de “Neverland” (Nuncajamás, o sea…), magnífica puesta en escena dotada de gran misterio y ambigüedad, con historias de paidofilia e inocencia.
Tal vez las dudas que puede causar Michael Jackson se deban a que en esta cultura ya nadie quiere interpretar a los niños. Tal vez la idea más cercana a la verdad, o la que más se debería respetar, esté en manos de sus tres hijos Prince Michael Jackson I, Paris Michael Jackson y Prince Michael Jackson II. Si algún día crecen, como su padre no pudo, tal vez la cuenten. Pero entonces quién sabe si será cierta…


*Publicado en El Eslabon de julio de 2009

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